Bernardo Bátiz V.
El Partido Acción Nacional ya tiene de gobernar a México un sexenio completo y poco más de 11 meses de la actual administración; puede ser un buen momento para reflexionar sobre qué es lo que cambió en política a la llegada de este partido al gobierno federal, después de siete décadas de gobiernos llamados revolucionarios.
Ya había, cuando llego el PAN al gobierno, fraudes electorales, cinismo político, mezcla de los negocios con los cargos públicos y los apotegmas desvergonzados del Tlacuache Garizurieta: “el que vive fuera del presupuesto vive en el error” y de Carlos Hank: “un político pobre es un pobre político”, que ya eran parte de las verdades aceptadas en la práctica y en la teoría soterrada de los gobiernos de entonces; todo eso no lo trajo el PAN, pero sí lo aprendió del partido que fue su enemigo, que lo precedió en el poder y del que finalmente se convirtió en aliado. Lo aprendió, y lo aprendió muy bien, y en muchos aspectos podemos decir que los panistas de hoy son alumnos destacados del viejo priísmo que cumplieron el sueño de todo maestro: que el discípulo lo supere. Y lo lograron, lo mismo en los fraudes electorales que en los negocios al amparo de los cargos públicos; un refrán hoy olvidado dice: “el que miente roba”.
Lo novedoso en la política actual está por otra parte, lo constituyen prácticas que no existían antes o al menos eran disimuladas con algún velo de vergüenza; lo primero que podemos atribuir como una novedad fue el llamado pragmatismo, que si bien se manifestaba en algunas expresiones políticas, no era lo común, especialmente en el campo de la oposición. Cuando el PAN influido por la cercanía con Carlos Salinas y por la ambición de algunos de sus dirigentes vendió su primogenitura en la lucha por la democracia, por el plato de lentejas de la gubernatura de Guanajuato y entró al resbaladizo camino de las concertaciones, llamadas por un periodista ingenioso concertacesiones, tuvo que archivar sus principios en un cajón olvidado de sus oficinas y participar en los repartos antidemocráticos del poder, logrados no con el voto, o al menos no sólo con el voto público, sino a través de conciliábulos en lo oscurito y con arreglos cupulares, siempre a espaldas de las bases partidistas.
Otra aportación a la política fue la guerra sucia, la calumnia y la descalificación infundada para evitar que un contrincante con posibilidades alcance limpiamente un cargo público; es cierto que alguna vez el mismo PAN sufrió con el llamado “fraude patriótico” ataques inmorales, pero nunca como la que se emprendió en contra de Andrés Manuel López Obrador para descalificarlo ante votantes timoratos y crédulos y para posteriormente justificar el fraude electoral.
Otra aportación panista es la polarización extrema de la sociedad. A raíz de los gobiernos de este partido, la escisión de la sociedad en clases sociales, en razas, en gente diferente, los bonitos y los nacos, los triunfadores y los derrotados por la vida, son ya parte de nuestra realidad social.
No hace mucho, todos los mexicanos, independientemente de los éxitos de fortuna o del color de la piel o de qué universidad o escuela se era egresado, nos sentíamos integrantes de una nación, que los mismos principios panistas califican como “cuatro veces secular”, concepto de patriotismo, de solidaridad nacional, que ahora pareciera que a muchos estorba y molesta. Quisieran ser, entre ellos muchos panistas de hoy, como los científicos del porfirismo, de otra nación que no los avergüence.
Podríamos agregar el uso desmesurado de la publicidad; cuando éramos una oposición pobre en recursos materiales, pero muy rica en convicciones, en sacrificios personales y en imaginación, decíamos que la propaganda política debiera dirigirse a la inteligencia y no a los ojos de los votantes. Eso se acabó y hoy después del cambio quien no tiene recursos para una costosísima campaña de medios, así sea muy importante y profunda su propuesta parece destinado a la derrota.
Algo que trajo también el PAN, pero que no ha calado tan hondo como pudiera haber sido, gracias a la resistencia popular y a la presencia del “gobierno legítimo” y de su principal dirigente recorriendo todos los municipios del país, es el rompimiento de la esperanza del cambio y de la fe en la fuerza del voto.
Con el pasado fraude electoral, frente a otros contrincantes menos recios y convencidos, ciertamente el desengaño en los procesos democráticos y en la fuerza del sufragio hubieran sido definitivos
Afortunadamente, contrarrestando estas aportaciones de los gobiernos del cambio, está la confianza que la gente tiene en la fuerza del pueblo; la Convención Nacional Democrática, el Frente Amplio Progresista, el “gobierno legítimo” son expresiones diversas que convergen en un mismo sentido: el pueblo es el soberano y sí es posible cambiar en México a partir de acciones desde abajo y con la fuerza del pueblo.
OTRO SÍ DIGO. Se han escrito muchos libros en los que el tema central es Andrés Manuel López Obrador, su campaña a la Presidencia y su personalidad política; hay uno nuevo, presentado en Monterrey apenas el 11 de noviembre, que se denomina: El compañero López Obrador, escrito por la profesora Elisa Josefa Hernández Aréchiga. Además de bien escrito, es una emocionada crónica de la campaña presidencial en la conservadora ciudad industrial, capital de Nuevo León. Además de su valor como obra literaria, es precisamente un llamado a la esperanza en el cambio que México requiere. Un buen libro en todos sentidos, entre otras virtudes por su brevedad y la riqueza de su contenido.
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