Julio Hernández López
El reyecito zapatero/aznar ha metido realmente el regio choclo al pretender instalarse a gritos en escenarios de democracia cuando él es considerado por una parte de sus paisanos como carísima reminiscencia parásita de una historia imperial bastante desfondada y cuando ha pretendido imponer reglas de protocolo palaciego por castas (¡callaos, bellaco!) en una reunión moderna de iguales. Juan Carlos descompuesto y desorbitado porque se topó en Santiago de Chile con una realidad política que se rebela a los intereses económicos de los inversionistas peninsulares que pretenden la reconquista de América y a la paralela política injerencista que promueven tanto los “socialistas” de Felipe (González, no Calderón) y José Luis Rodríguez Zapatero como los del Partido Popular con Mariano Rajoy como líder formal en casa y José María Aznar como cruzado trasatlántico bajo financiamiento de Washington.
Enojos solidarios y cerrar de filas (¿Aznapatero? ¿zapaznar? ¿Juaznar Carlos? ¿Juan Capatero?). Tres personas distintas y un solo dios verdadero: el interés expansionista de una España que ha ido extendiendo en Latinoamérica redes empresariales y proyectos de dominación política, con dos embajadores plenipotenciarios en acción: el “socialista” Felipe González Telcel, que con despliegues teóricos presuntamente progresistas va por las tierras en proceso de recuperación lubricando golpes y haciendo alianzas con empresarios e intelectuales (ahora es el representante del reino de España para conmemorar las independencias nacionales latinoamericanas), y el explícitamente derechista José María Aznar, quien sabidamente apoyó la intervención armada injusta e irracional de Estados Unidos en Irak y pretendió culpar a ETA de un atentado terrorista en vísperas de elecciones que a causa de esa mentira se le volvieron en contra.
Pero, ¿Aznar fascista? Bueno, cuando menos, confesamente, injerencista en asuntos de política latinoamericana, según dijo él en febrero de 2006 a la reportera Antonieta Cádiz, de El Mercurio de Chile. En esa ocasión, el ex presidente español dio a conocer una especie de Plan para las Américas al declarar su esperanza de que “la marea populista se detenga. Alguien la tiene que parar, alguien tiene que decir que ése no es el camino. Yo estoy dispuesto a hacerlo, y sé que hay muy buenos amigos en Iberoamérica dispuestos a trabajar también. Entonces, vamos a ver si nos organizamos y lo hacemos”. En México se conocieron los efectos de las políticas de reconquista diseñadas por Aznar en Washington, donde cumple tareas de corte académico: el propio José María vino a México a invitar a los ciudadanos a votar por Felipe Calderón, en un acto violatorio de la Constitución, y un español asociado al Partido Popular (Antonio José Solá Reche, accionista de Desarrollo y Operación de Campañas S A de CV) instaló en México las semillas de la división y el odio sociales con campañas propagandísticas negativas como responsable de la “imagen” de quien desde entonces y hasta ahora ha mantenido como su principal operador, virtual vicepresidente, a alguien nacido en Madrid, Juan Camilo Mouriño, que obviamente se esmera en abrir puertas y facilitar negocios a sus paisanos. En México, los españoles están consolidando negocios turísticos en playas que son reservadas para uso de extranjeros, tienen proyectos e inversiones en el océano de corrupción que es el ámbito de los energéticos, en especial en electricidad y petróleo, y han dado cabida a familiares incómodos del calderonismo como en el caso de PRISA, consorcio que tiene como punta de lanza el diario El País, y que nombró con el sexenio a Juan Ignacio Zavala como segundo hombre de Editorial Santillana, que busca imprimir los gratuitos libros mexicanos de texto.
Las naves de la reconquista española han mostrado de tal forma su condición bucanera que en la reciente cumbre iberoamericana no sólo se produjo la mención de “fascista” a Aznar, que de sus casillas sacó al rey y obligó a Zapatero a reconocerse en trincheras contiguas a las de Aznar, sino también denuncias fuertes como las del presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien en sesión privada habría descrito a los empresarios españoles como “carroñeros” y habría dicho que “roban a los ciudadanos” (según Gerardo Díaz, presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales) y señalamientos críticos del argentino Néstor Kirchner y del propio Hugo Chávez, quien tachó de golpistas a los patronos hispanos.
Y, dado que el que se enoja pierde, mal va quedando el monarca español que quiso callar a sus puras coronas a un presunto súbdito venezolano que le salió bastante respondón. Chávez se ha reconocido ingenuo por creer que eran ajenas o desconocidas por Juan Carlos las maniobras del entonces presidente Aznar en apoyo de quienes dieron un breve golpe de Estado en Caracas. Estados Unidos y España mantuvieron oficialmente una actitud ambigua frente a lo que era condenado por otros gobiernos del mundo. Pero además, el entonces embajador español acreditado en Caracas, Manuel Viturro, se reunió con el golpista Pedro Carmona Estanga (presidente de la Fedecámaras, principal organización patronal del país) y, obviamente, con el embajador de Estados Unidos, Charles Shapiro, según denunció en el congreso español Miguel Ángel Moratinos, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de… Rodríguez Zapatero. Moratinos afirmó, en un programa de madrugada de Televisión Española (TVE), que “en el anterior gobierno, cosa inédita en la diplomacia española, el embajador recibió instrucciones de apoyar el golpe”, e incluso Aznar tomó una llamada del golpista Carmona. ¿Instrucciones del presidente Aznar o del rey Juan Carlos, responsable de la política exterior española, quien ahora tanto se enoja porque le dicen fascista a otro?
Y, mientras Lázaro Cárdenas (o alguien de su equipo) se enfila a un cargo en el gabinete felipista, Cuauhtémoc Cárdenas avanza en el proceso de reconocimiento de Calderón y Leonel Godoy sigue como encargado de la hacienda familiar Michoacán, ¡hasta mañana!
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