Guillermo Almeyra
Cristina Fernández de Kirchner, la señora K, acaba de ganar la rifa del tigre. En el campo social más de 40 por ciento de quienes trabajan lo hacen “en negro”, sin derechos ni asistencia algunos, y sus patrones no pagan, por consiguiente, las contribuciones jubilatorias e impositivas. La desocupación, aunque se redujo drásticamente desde casi un cuarto de la población económicamente activa en 2002 hasta un décimo de la misma, ahora disminuye mucho más lentamente que en los últimos años porque la construcción (prácticamente concentrada en el rubro viviendas de lujo o especulativas) comienza a estancarse. El gran boom de la industria del automóvil requiere obreros especializados, que escasean porque en 25 años de crisis los que había emigraron o envejecieron trabajando en otras actividades y no se formaron los recambios generacionales, de modo que los salarios de esos obreros tienden a subir. En su conjunto, los trabajadores, con sus movilizaciones, lograron aumentos que superan el índice inflacionario y les permiten recuperar algo del poder adquisitivo perdido en años anteriores. La diferencia entre los salarios más altos y los más bajos se reduce un poco y también disminuye la parte de los capitalistas en la distribución del producto interno bruto. Esto explica que, a pesar de ganar mucho más que en el pasado, los capitalistas hayan votado contra la señora K y griten como si los estuviesen expropiando y como si tuviesen los bárbaros (los obreros) a la puerta de sus mansiones. La alianza del gobierno kirchnerista con los peores y más reaccionarios burócratas sindicales de la Confederación General del Trabajo deja las luchas en manos de comités o cuerpos de delegados de base, combativos, elegidos en asambleas, que dirigen los paros prescindiendo de las resoluciones gubernamentales y pasando por sobre la dirección charra “legal”. De modo que la lucha por los aumentos de salarios ha roto el tope fijado por el gobierno y, al mismo tiempo, comienza a democratizar un movimiento obrero que recupera su vigor y combatividad y que, en un futuro cercano, será un importante factor político. Como la justicia propatronal exige el desalojo del hotel Bauen, ocupado y en autogestión obrera, que está situado en el centro de Buenos Aires, y el desalojo de la fábrica de cerámicas Zanon, en Neuquén, que es un ejemplo de autogestión, la señora K acaba de heredar dos problemas explosivos y emblemáticos, que sin duda inquietarán a varios de los integrantes del ala “progresista” del frente que consiguió armar para las elecciones pero que ahora deberá responder a cuestiones mucho más importantes que la campaña electoral.
Al mismo tiempo, la economía argentina depende de la soya, que se “come” poblados campesinos y vacas, ya que una hectárea con soya rinde el doble que una destinada a engordar durante tres años una vaca. Este uso industrial y exportador de la tierra encarece la carne y las verduras y hortalizas y, aunque el boicot organizado por los consumidores ha hecho bajar el precio de la papa y del tomate, todos los alimentos están subiendo y la señora K deberá, además, cumplir su media promesa a los inversionistas extranjeros y aumentará las tarifas de los servicios públicos. Más organización y combatividad obrera y, al mismo tiempo, mayor carestía y creciente desaparición de la carne buena de la mesa de gente habituada al asadito, preanuncian más luchas y más tensión social, porque la macroeconomía podrá aparecer sana, ya que China seguirá comprando soya, pero la microeconomía no lo está.
Sobre este fondo hay que colocar los resultados electorales que, en Estados Unidos, cayeron mal (aunque se los esperaban), y en Europa no alegraron mucho (a juzgar por las reacciones ácidas de Le Monde o de La Repubblica). Ahora bien, las urnas dan noticias de mal agüero para la señora K. En primer lugar, la derecha social ganó en las ciudades de Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata, Córdoba, Bahía Blanca (o sea, en todos los principales centros urbanos, lo cual indica que el kirchnerismo no satisface no sólo a la gran burguesía, sino tampoco a las clases medias). La política oficial que busca una alianza con la burguesía nacional y su organización, la Unión Industrial Argentina, aparece así utópica, ya que los industriales temen el creciente peso sindical y no creen que los charros puedan ser un buen dique de contención. En segundo lugar, la derecha kirchnerista se mueve en una dirección que no podrán seguir los socialistas y comunistas que se subieron al carro K. El Frente para la Victoria ni es sólido ni puede dar la base para un partido transversal, como quiere Néstor Kirchner, que cree poder repetir lo que hizo Perón cuando disolvió los partidos que lo habían apoyado y habían organizado su elección (el Laborista y la UCR Junta Reorganizadora) para formar el Partido Único y, después, esa quinta rueda del carro burocrática que fue el Partido Peronista. La política, y no los caudillismos, reaparecerá, pero en condiciones de descomposición total de la Unión Cívica Radical, reducida al mínimo, y de quiebre del aparato tradicional peronista (la señora K se apoyó en alianzas desprejuiciadas con quienes moviesen algunos votos, cualesquiera fuesen sus ideas). Además, el gobierno central no sólo deberá enfrentar a la oposición en las capitales, a comenzar por Buenos Aires, sino también a muchos gobernadores que mantienen sus feudos. También esto hace prever problemas que el decisionismo verticalista de la señora K, muy parecida en esto a su marido, probablemente agrave.
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