José Antonio Rojas Nieto
Vivimos un ambiente de zozobra en varios ámbitos de nuestra vida cotidiana. La vida económica muestra insuficiencias que, ante todo, se manifiestan en la débil dinámica de generación de empleos. Y, dentro de ella, las dificultades para impulsar una reforma fiscal de fondo –gradual y de largo aliento–; esto, por cierto, no hace sino mostrar nuestra incapacidad para hacer más de nuestras cada vez más limitadas reservas petroleras, la fuente –agotable, sin duda– de recursos fiscales. ¡Qué pena!
En nuestra vida laboral, la zozobra se manifiesta en la imposibilidad de abrir un proceso virtuoso de revisión de nuestro tradicional marco en la materia. Y, ante tal imposibilidad y lejos de la ética que se pregona, de manera soterrada y prácticamente clandestina, se impulsan contrarreformas que, de facto, pretenden lograr regresiones radicales de nuestro marco laboral.
No es la excepción nuestra vida energética. Uno tras otro han sido rechazados los intentos de alterar aspectos esenciales del artículo 27 constitucional en los ramos petrolero y eléctrico. Hoy, alternativamente, se busca que las leyes secundarias abran paso –así sea con dudoso cumplimiento de los cometidos constitucionales– a los capitales privados nacionales y extranjeros, tanto en el servicio público de electricidad como en la exploración, explotación y desarrollo de campos petroleros. Incluso –como ya se prepara también hoy– en la refinación del petróleo. ¿De qué se trata? De hacer una buena copia de lo que ya se hace en la industria eléctrica, donde la inversión privada ya controla poco más de 20 por ciento de la capacidad instalada para atender las necesidades del servicio público.
Se trata –es cierto, porque así lo han promovido los últimos tres gobiernos– de las centrales más eficientes y modernas, que obligadamente ingresan el llamado despacho económico de centrales para atender –con sustancial ventaja– los requerimientos cotidianos (horarios e instantáneos) de electricidad, razón por la cual su peso en la generación cotidiana de electricidad es mayor que ese 20 por ciento en la capacidad.
Claro que, por contrato, entregan su generación a la Comisión Federal de Electricidad, que junto con Luz y Fuerza del Centro abastece a todos los usuarios del servicio público. Pero están listos a participar –si así se dieran las cosas– en un mercado abierto del sector, incluso compitiendo con las empresas estatales, a las que –en los hechos– se les ha negado el acceso directo a esa nueva tecnología.
En la industria petrolera se imagina algo análogo. Grandes grupos privados ya participan de la fase primaria por medio de los Pidiregas. Ahora se impulsa que estos mismos y otros participen en la refinación. ¿Qué se cabildea hoy? Al menos leyes y reglamentos que permitan participación privada en refinación. Por lo pronto, una refinería que entregue su producción a Pemex, como en el caso de la electricidad. ¿Y después? Bueno, después ya veremos... Dicen que la oportunidad la pintan calva.
Es el momento en que nuestra mezcla mexicana de exportación se cotiza en 85 dólares por barril. Es el momento en que el promedio anual de esta mezcla puede llegar a más de 60 dólares. Pero también es el momento en que importamos volúmenes y valores históricos máximos de petrolíferos. Y en el que se hacen juicios superficiales sobre la operación de la cuenca del Grijalva. ¡Qué mejor momento para cambiar la ley reglamentaria del 27 constitucional –que no la Constitución– para que los privados ingresen de frente (aunque no por la puerta grande) a la refinación, por cierto de un petróleo que es cada vez más pesado, razón por la cual nuestra diferencial con el marcador West Texas Intermediate se encuentra en estos momentos en casi 16 dólares!
Ante esta embestida, ¿qué se puede hacer? Clarificar al máximo el panorama y las intenciones. Luchar por la autonomía, solidez y modernización progresiva de nuestras empresas públicas, lo que, por cierto, puede hacerse sin violentar los derechos de los trabajadores, incluidos los de los técnicos y profesionistas mal llamados de confianza. Y luchar por una cuidadosa, inteligente y sólida regulación. No menos que eso. No menos. De veras.
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