viernes, diciembre 07, 2007

Dividir, de nuevo

Julio Hernández López

A los promotores de una nueva izquierda (que sería modosita, acomodaticia y felipona) les urge echar a López Obrador del PRD. Ayer, con gran solemnidad y buena disposición de tiempo, en las televisoras de corte nacional se difundió la tesis de crear un nuevo partido de izquierda, que aglutinaría al sol azteca y a sus socios en desgracia inminente (Convergencia y del Trabajo) y que tendría como líder máximo al tabasqueño en resistencia (un partido hecho especialmente para AMLO, es la generosa oferta). El ingeniero en lista de espera de inmediato asomó la oreja (con sal) y dijo que estará atento al desarrollo de esa idea para ver si participa en el nuevo proyecto.

El compañero incómodo de viaje, sin embargo, anunció ayer mismo que no piensa apearse y que, a juicio suyo, aún hay largo trayecto compartido. Ni dejará el PRD ni está trabajando en crear un nuevo partido, dijo, cargando el acento en que no abandonará el sol azteca para que “una corriente sea la que domine al interior”. Aprovechó, de paso, para insistir en que le parece una simulación la tal reforma electoral aprobada por legisladores perredistas.

La confusión, por lo pronto, ha sido instalada y seguirá siendo alimentada (divide, proponiendo fusiones, y vencerás), a sabiendas de que políticamente la propuesta es inviable. El argumento bajo pedido ya está: si López Obrador se niega a que le construyan un partido con las fuerzas de tres, para que él sea quien mande, significará que al ex candidato presidencial no le gusta nada y que sólo desea pelear, descalificar. Lo cierto, como habría dicho el propio AMLO a un grupo de legisladores del Frente Amplio Progresista (según nota de Alma Muñoz en La Jornada de ayer), es que varios de ellos están “subordinados a la estrategia de Manlio Fabio Beltrones”. Y esa estrategia necesita un PRD dividido, un López Obrador sin alternativas partidistas de postulación, y un discurso de “unidad a toda costa” entre corrientes de “izquierda” para quitar el poder a la derecha y reinstalar al priísmo “nacionalista”.

Astillas

Han generado muchos correos las columnas en que aquí se ha hablado de crítica, autocrítica, provocaciones, infiltrados y fundamentalismo. El saldo de ese flujo epistolar electrónico es positivo, pues la mayoría de los textos recibidos son interesantes e inteligentes, con una notable claridad en cuanto a los problemas por los que atraviesa la izquierda en general y, en especial, sus expresiones electorales (PRD y FAP). Salvo casos muy específicos, en los que el lenguaje y la argumentación se descalifican por sí mismos, al contener solamente insultos y razonamientos primitivos y retóricos, las cartas recibidas por Internet empujan al debate y la crítica. Una línea de discusión, sin embargo, pareciera ser confusa, mal expresada o mal entendida, tal como, entre otros lectores, lo plantea Isabel Morales Quezada, cuyas palabras se reproducen para precisar un punto de disenso que, en realidad, y como se explicará más delante, no existe: “Julio: estoy de acuerdo con la crítica que haces a López Obrador, y también creo que debe haber más autocrítica dentro del movimiento, por lo que pienso que el reclamo de muchos, o al menos el mío, no iba en ese sentido, sino en que en tu columna del miércoles dijiste que ‘los pejianos fundamentalistas se aferran al desconocimiento de lo felipense, sin reparo en costos electorales o sociales inmediatos’; frase que, por cierto, no volviste a mencionar en la columna del jueves, o no la retomaste del todo (…) Pienso que el problema de esa afirmación está en que parece aludir a aquellos que no reconocemos a alguien que usurpó el poder, a la gente sin partido (como yo), que está dentro del movimiento. Tal vez podrías aclarar a quiénes te referías, porque el no reconocer a Calderón es parte de la resistencia ciudadana”. ¡San Felipe del Niño Jesús ampare y proteja a este columnero de abrigar semejante despropósito: en ningún momento y bajo ninguna circunstancia propone el astillador que haya reconocimiento, admisión, aprobación, asentimiento, consentimiento, aquiescencia, beneplácito o cualquier otra forma de aceptación de que Felipe Calderón Hinojosa llegó al poder sin fraude electoral y que por tanto es un presidente legítimo! Aquí se comenzaron a documentar los preparativos del fraude semanas antes de la jornada electoral y aquí se difundieron con amplitud y perseverancia las evidencias e indicios dejados por delincuentes electorales especializados en no dejar huellas, y en cuanta tribuna escrita o hablada le fue posible, el redactor de estas líneas denunció (a veces con vehemencia fundamentalista) el fraude sustentado en lo demoscópico (las encuestas de opinión), lo mediático (sobre todo las televisoras), lo cibernético (con el cuñado Hildebrando como principal actor) y lo netamente electoral (con la profesora Gordillo y varios gobernadores priístas como operadores estelares). ¡Nunca habrá de reconocer el Niño Astillero que la elección presidencial de 2006 fue limpia, y jamás se atrevería a sugerir que se dejara de denunciar, donde fuera y como se pudiera, esa usurpación del mandato popular (orgullo cívico se siente, en cambio, al ver a ciudadanos –y, absolutamente necesaria la precisión, ¡ciudadanas!– que con valentía le recuerdan al mandatario espurio su condición)! Lo que aquí y ahora se está planteando es la necesidad de debatir y criticar para encontrar nuevas y más eficaces formas de lucha, que vayan más allá del “desconocimiento de lo felipense” y que, en esa reformulación de tácticas y estrategias, sin aferramientos a una sola vía o un solo método, se repare, se atienda, se planee, en función de los costos electorales o sociales inmediatos. El Dios de las Teclas ampare a este reportero pecador el día en que reniegue o renuncie a lo que con tanto orgullo y convicción ha hecho en un ya largo tramo periodístico, así es que estas reflexiones se cerrarán con el título del correo enviado por la lectora Morales Quezada: “Autocrítica sí, reconocimiento no”. Y que siga el debate enriquecedor, grato, necesario… ¡Feliz fin de semana!

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