(Luis Agüero Wagner)
En Paraguay, país que como credenciales de cultura machista ostenta el deshonroso récord de ser el último país de la región en conceder el sufragio femenino, las inequidades sufridas por la actual candidata oficialista a la presidencia del Paraguay (la primera con posibilidades serias), no tienen nada que envidiar a los padecimientos sufridos por Flora Tristán.
Decía Octavio Paz que la mujer tendida o erguida, vestida o desnuda, nunca es ella misma, sentencia que con la candidata paraguaya se cumple a rajatabla. Sus misóginos adversarios de derecha o izquierda, intentan indiscriminadamente relacionarla con los burócratas del gobierno de peor imagen, como si fuera una marioneta sin autonomía ni vida propia. Para
potenciar la virulencia de su campaña, la prensa que subsidia el embajador norteamericano James Cason ha decidido atacar con ensañamiento la gestión de las mujeres con importantes cargos en el gobierno del actual presidente Nicanor Duarte Frutos.
En un país cuya corrupta seudo democracia puntofijista soportó como representantes a los peores de todos, nadie quiere conceder a la candidata oficialista Blanca Ovelar el beneficio de la duda, aunque éste haya sido depositado en beneficio de todos sus impresentables antecesores. La ANR ha hecho muchos pésimos gobiernos, es cierto, pero cuando sus candidatos varones hablaban de enmendar errores y renovar aires, siempre se les concedió el beneficio de la duda. Los duendes del machismo hacen que a la actual candidata nadie le conceda el menor margen de confianza en ese sentido.
Una oposición que pactó con un dictador militar, con un conocido jefe de una banda de narcotraficantes de fama mundial, con un presidente que llegó al poder por la vía del fraude, con un jefe de estado nombrado por orden judicial, hoy con Blanca y por primera vez con ella, se muestra absolutamente intransigente.
Ya a finales del siglo XVIII Francisco de Miranda en una conversación con el alcalde de París, M. Pethion, le había cuestionado la falta de representación de las mujeres en el gobierno francés, a las que sin embargo se les exigía respeto a las leyes que se habían hecho de acuerdo a su voluntad. En aquella misma ciudad de las luces en cuyo arco del triunfo está tallado el nombre del patriota venezolano, había redactado Olimpia de Gauges en 1791 su declaración de los derechos de la mujer, que aún sigue ausente de mención en la mayoría de los libros que hablan maravillas de la revolución francesa. Al igual de lo que pretenden hacer algunos de los
machistas correligionarios de Blanca Ovelar, sus mismos androcéntricos compañeros de lucha en la revolución francesa enviaron a Olimpia a la guillotina, por la osadía de creer que los derechos ganados para los hombres libres también podrían ser aplicados a las mujeres. Está claro que nadie ni siquiera sueña hoy en comparar a Olimpia con Dantón o Marat, sería todo un
ultraje a la historia machista que padecemos.
El primer país en conceder irrestricto derecho al voto a las mujeres, dicen las crónicas, fue Nueva Zelanda en el año 1893, gracias a un movimiento liderado por Kate Sheppard.. De todos modos, los exponentes machistas tomaron sus precauciones para no caer en las temibles garras del sexo opuesto: a las mujeres sólo se les permitía votar pero no presentarse a elecciones. La heroica resistencia misógina duró hasta 1919, cuando tuvieron que capitular y ceder a las neozelandesas el derecho a ser elegidas para cargos políticos.
Algunos casos significativos al respecto se dieron en Nueva Jersey y en Colombia. En New Jersey se autorizó en 1776 el primer sufragio femenino, aunque por un error de interpretación semántica. Se usó la palabra personas en vez de especificar “hombres”, despropósito que los exegetas de la misoginia enmendaron en 1807. Un caso similar aconteció en la provincia de
Vélez (hoy departamento colombiano de Santander), donde el sufragio femenino aprobado en 1853 fue revocado en 1857 y sólo se restablecería en 1954, aunque debido a la dictadura de Rojas Pinilla sólo pudo ponerse en práctica desde 1957.
Sucede que los apóstoles y hermeneutas del machismo consideraron siempre identificados el sufragio universal con el sufragio exclusivo de los hombres, por lo que al hablar en general en realidad era implícito que las prerrogativas sólo correspondían al sexo masculino. Tal es así que en 1917 los constituyentes mexicanos no creyeron necesario especificarlo, y conservaron su constitución de 1857 tal cual estaba.
Aunque el machismo latino tenga cierta fama hay que decir en honor a la objetividad que entre los países del primer mundo, EEUU estuvo entre los últimos en reconocer el derecho al voto femenino. Lo hizo en 1920, cuando ya llevaba décadas aplicándose en países como Nueva Zelanda, Australia, Noruega, Alemania, Suecia, Austria. Algunas suspicaces feministas
inclusive han pensado en voz alta que las actuales preferencias por Obama en la interna demócrata ante Hillary Clinton, en el país donde asesinaron a Martin Luther King por el color oscuro de su piel, tienen mucho más que ver con el machismo que con las supuestas cualidades oratorias y presencia del candidato de color.
En España el voto femenino se considera uno de los logros de la Segunda República española, pero para vergüenza de la izquierda, la mayor parte del mérito se lleva la escritora y abogada de derechas Clara Campoamor, aunque no se niega que contribuyeron con su prédica la pasionaria Dolores Ibárruri y la anarquista Federica Montseny. Lo cierto es que la única mujer que acompañaba a Campoamor en el Parlamento, la entonces diputada izquierdista y directora de prisiones del Gobierno provisional republicano, Victoria Kent, se opuso tenazmente. Victoria opinaba que sus congéneres no comprendían a fondo las bondades del sistema republicano, y puso como ejemplo en su discurso que fueron muy pocas las mujeres que se echaron a la calle el día 14 de abril, fecha de la proclamación de la II República.
El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragismo femenino y de que Victoria Kent se opusiera hicieron las delicias del machismo español. Azaña describió la sesión como muy divertida y en son de burla añadió: dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo. Un periódico se preguntó al día siguiente, el 2 de octubre de 1931: ¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen? Algo parecido hoy podría opinarse de supuestas feministas paraguayas, que deliran entre el público de candidatos que constituyen verdaderos íconos del más retrógrado machismo de derechas.
La feminista que obtuvo el sufragio para su género en España, que de todos modos sería postergado por casi medio siglo de dictadura, no sacó barata su osadía. Durante la guerra civil española debió huir temiendo ser fusilada por cualquiera de los bandos.
En el Perú el voto sería concedido sin mayores convicciones feministas por el populista general Manuel Odría, y sólo porque creyó que la medida podría favorecerlo en las urnas. Desafortunadamente, este traidor al machismo peruano no pudo presentarse a las elecciones de 1955, debido al sentimiento antidictatorial que generó su gobierno, por lo que el voto femenino terminó favoreciendo a Manuel Prado, quien en aquella oportunidad contó con el
respaldo del APRA. Odría pensó que podría repetir lo sucedido en Argentina, donde en esa época se obtuvo el derecho al voto de las mujeres, aunque la heroína fuera una mujer que representaba la antítesis de luchadoras feministas de su país como Alicia Moreau de Justo, Elvira Dellepiane Rawson o Silvina Ocampo. Se trataba de Eva Perón, a quien las mujeres de la alta sociedad veían como una vulgar mujerzuela, aunque esta apreciación no le restaba envergadura y eficacia a su acción política. Su marido Juan Domingo Perón, uno de los más importantes caudillos de la historia Argentina, ganó las elecciones del 11 de noviembre de 1951 en la que votaron tres millones y medio de mujeres. Ya lo señaló Catherine A. Mackinnon, Marx fue reduccionista al opinar que la historia no avanza con la cabeza sino los pies, porque se olvidó considerar el sexo de su cuerpo.
Rosa Luxemburgo, las rusas Alexandra Kollontay, Angélica Balabanoff, N. Krupskaja, o la inglesa Silvia Pankhust pueden ser admiradas por muchas feministas paraguayas, pero para ellas la perspectiva de género está lejos de valer una candidata. La mayoría se siente hoy más atraída por un obispo católico jubilado, representante de un culto que niega el sacerdocio a las
mujeres, se opone con vehemencia al aborto y en Latinoamérica representa lo más funesto de un pasado genocida.
Si algo demuestra esta actitud en la actual campaña presidencial de Paraguay, es la indiferencia hacia la problemática de género. Y conste que serán las más perjudicadas, en un país donde los hombres de izquierda, derecha, arriba o abajo, abordan estas cuestiones sólo como una guerra al sexo opuesto en la que deben tomar una o varias prisioneras.
Luis Agüero Wagner
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