Por María Teresa Jardí
Hoy es un día de celebraciones y recuerdos para mí. Se cumple el séptimo aniversario de la boda de mi hijo y es el sexto año consecutivo en que se celebra la fiesta de El Teatrito. En Jalapa, lejos de Mérida, pero cerca en el pensamiento, cumple años mi amiga Adriana, y, sabedora de que esto lee, a quien le envío una calurosa felicitación desde aquí.
Y hoy se conmemora un año más del fallecimiento de mi iaia (abuela), hace tanto tiempo que he dejado de contar los años, aunque no del todo; hace cuarenta años que falleció de manera sosegada, como tendremos que morir todas las personas. Luego de llamar a todos sus hijos y de constatar que a su lado me encontraba yo, que fui su primera nieta y no me da ningún rubor decir una de las personas a las que más quiso en el mundo. Mujer de indomable carácter, una hora antes de su muerte insistió en levantarse y ponerse las pantuflas para ir al baño, para decirnos al regreso que había demostrado que hasta el último momento de su vida siempre hizo lo que le dio la gana, la que luego de informarnos que era la hora, dejó escapar su último aliento mientras sonaban las campanadas de la siete de la tarde en el reloj, que mi iaio (abuelo) compró en cinco pesos (un dineral para mi familia de refugiados españoles en aquella época) informándole a la familia, al llegar con el pesado artefacto, que lo había comprado para que diera la hora mientras él moría.
Y así fue: sonaban las doce del mediodía mientras fallecía, un cuatro de agosto, diecisiete años antes de que muriera su mujer. Reloj comprado en su primera salida rumbo a la Alameda, donde luego fue, desde ese, todos los días, recién llegados de la República Dominicana (donde vivieron 3 años) a vivir al Distrito Federal, luego una muy breve estancia en Cuba, apenas de tres días y sin permitirles bajar del barco, y en Veracruz (apenas de dos días antes de tomar el tren que al Distrito Federal los llevaría) y luego de haber tenido que salir de la España Republicana que daba paso a la dictadura franquista de tan malos recuerdos superados, de la única forma que a mi manera de ver se debieran superar estas cosas, escribiendo la historia, toda la historia, la historia de ambos lados en conflicto, la historia verdadera y lamentable y a veces gloriosa, la historia, sin dejar nada en el tintero, para que nadie olvide los horrores que traen aparejadas las guerras, novelándola incluso televisivamente, los años de la dictadura con la crudeza perversa que como continuación de la guerra se sufre; en el caso de España a lo largo de cuarenta interminables años, evidenciado el retroceso de lo que podría haberse construido tantos años antes y reivindicando a los perdedores hasta la tercera generación, al menos, por ahora.
Hace muchos años que no veo a José Sotelo, aunque exageraría si dijera que hace muchos años que no sé nada de él, porque alguna que otra vez he leído sobre su trabajo en diversas instancias de la administración pública. Pero no creo que sea exagerado decir que no sé si cambió o si no lo hizo, si sigue siendo una persona sencilla o si se convirtió en un hombre soberbio. Puede ser que haya cambiado hasta convertirse en un ser del todo irreconocible. En tiempos de crisis de valores y pérdida de los principios sucede, incluso, con familiares cercanos que llegan a convertirse en extraños irreconocibles.
Pero igual al leer la nota publicada en La Jornada de ayer, 26 de diciembre, de Gustavo Castillo García, donde señala que "El Órgano de Control Interno (OIC) de la Procuraduría General de la República (PGR) sancionó con 10 años de inhabilitación a José Sotelo Marbán, encargado de dirigir el informe histórico de la extinta Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). porque José Sotelo supuestamente filtró un informe a los medios de comunicación". No me queda ni una duda de que es un chivo expiatorio del foxismo/calderonismo.
Fox no tenía la autoridad moral que se requería para ajustar cuentas con un pasado que apuntaba, como asesino responsable, a Luis Echeverría Alvarez. Fox no tenía autoridad moral para nada, porque, si bien llegó con ella, la tiró a la basura, nada más llegar, comprando toallas de cuatro mil pesos la pieza.
La fiscalía fue una puntada que se convirtió en tomadura de pelo, incluso antes de ser instalada.
Pero estoy segura de que, entre otros, Sotelo, creyeron que se podía llegar a algo serio. Y si filtró el documento fue para que se conociera lo que ya le habían ordenado a Carrillo Prieto: sepultarlo en el panteón de la ignominia mexicana. Y si lo inhabilitan es porque debió hacer algo bueno. Si Sotelo fuera tan delincuente como Fox y como la mujer de Fox y como los Bribiesca, la PGR no se ocuparía de él más que para garantizar que la impunidad prevaleciera. De este tamaño son la perversidad y la inmoralidad que en este país impera.
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