Foto: Notimex
Con el ojo clínico que lo caracteriza, Fidel Castro pronosticó un año atrás que en un futuro no muy lejano por hambre y sed morirían 3 mil millones de personas prematuramente, a consecuencia de “la idea siniestra de convertir los alimentos en combustible”, la cual “quedó definitivamente establecida (por George W. Bush) como línea económica de la política exterior de Estados Unidos el pasado lunes 26 de marzo” (2007). No se trata, advertía, “de una cifra exagerada; es, más bien, cautelosa”.
En su análisis subrayaba que una tonelada de maíz “sólo puede producir 413 litros de etanol como promedio, de acuerdo con densidades. Se requieren, por tanto, 320 millones de toneladas de maíz para producir 35 mil millones de galones de etanol. Según datos de la FAO, la cosecha de maíz de Estados Unidos en 2005 se elevó a 280.2 millones de toneladas”.
Aunque el presidente Bush “hable de producir combustible a partir de césped o virutas de madera, cualquiera comprende que son frases carentes en absoluto de realismo. Entiéndase bien: ¡35 mil millones de galones significan un 35 seguido de nueve ceros!.. Vendrán después bellos ejemplos de lo que en la productividad por hombre y hectárea alcanzan los experimentados y bien organizados agricultores de Estados Unidos: el maíz convertido en etanol; los residuos de ese maíz convertidos en alimento animal con 26 por ciento de proteína; el excremento de ganado utilizado como materia prima para la producción de gas. Desde luego, esto es después de cuantiosas inversiones al alcance sólo de las empresas más poderosas, en las que todo se tiene que mover sobre la base de consumo de electricidad y combustible. Aplíquese esta receta a los países del Tercer Mundo y verán cuántas personas dejarán de consumir maíz entre las masas hambrientas de nuestro planeta. O algo peor: préstesele financiamiento a los países pobres para producir etanol del maíz o de cualquier otro tipo de alimento, y no quedará un árbol para defender la humanidad del cambio climático… Otros países del mundo rico tienen programado usar no sólo maíz, sino también trigo, semillas de girasol, de colza y otros alimentos para dedicarlos a la producción de combustible. Para los europeos, por ejemplo, sería negocio importar toda la soya del mundo a fin de reducir el gasto en combustible de sus automóviles y alimentar a sus animales con los residuos de esa leguminosa, especialmente rica en todos los tipos de aminoácidos esenciales”.
Pues bien, el ominoso futuro ya toca a la puerta. Con exasperante lentitud, los organismos financieros internacionales comienzan a reaccionar, así sea a nivel discurso, sobre el brutal incremento que reportan los precios de los alimentos, especialmente los de aquellos relacionados con el plan Bush de dar de comer a los motores, después a los animales y, si algo sobra, a los seres humanos.
El Banco Mundial recientemente advirtió que “la duplicación de los precios de los alimentos en los últimos tres años podría sumir aun más en la pobreza a 100 millones de personas de países de ingreso bajo”, mientras el FMI subrayó que tal incremento “podría destruir muy rápidamente toda la asistencia brindada a los países de ingreso bajo para abordar cuestiones económicas y financieras relacionadas con el desarrollo; debido a la fuerte subida de los precios, es probable que muchos países pobres tengan un enorme déficit en la balanza comercial que podría perturbar sus economías”. Aún así, la referencia al devastador programa del inquilino de la Casa Blanca quedó fuera de las causas de tan espeluznante panorama.
En la misma línea (advertir sobre la crisis alimentaria que se moldea, pero sin mencionar la causa texana), la Comisión Económica para América Latina, la Cepal, subraya que “diversos factores” han provocado un incremento de los precios internacionales de alimentos. “Si bien la tendencia alcista se manifiesta desde hace varios años, el aumento ha sido más intenso y persistente durante los últimos 12 meses, superando el 50 por ciento en dicho periodo según el índice de la UNCTAD. Los aumentos han sido mayores para maíz, trigo, arroz y algunas oleaginosas, llegando en algunos casos a incrementos superiores al 100 por ciento”.
Esta evolución de los mercados internacionales ha tenido las esperadas repercusiones sobre los precios internos de los alimentos en la mayoría de los países del mundo, y los de América Latina y el Caribe no han sido una excepción. “Las naciones importadoras de alimentos (México entre las principales) deben pagar cada vez más por las compras que realizan en el exterior para abastecer sus mercados internos. Pero también aquellas que son productoras, especialmente las que exportan, han visto elevados sus precios internos ya que ellos están fuertemente influidos por las cotizaciones internacionales. De esta manera, desde principios de 2006 y especialmente desde 2007, los índices de precios al consumidor de alimentos se han acelerado en la mayoría de las economías de la región, registrando actualmente un ritmo anual que oscila entre 6 y 20 por ciento en los distintos países, con un promedio cercano al 15 por ciento”.
Si se consideran las proyecciones del organismo regional sobre la indigencia realizadas para 2007, se ha calculado que un incremento de 15 por ciento en el precio de los alimentos eleva la incidencia de la miseria en casi tres puntos porcentuales (de 12.7 a 15.9 por ciento), lo que equivale a que 15.7 millones más de latinoamericanos caigan en la indigencia. En el caso de la pobreza, los aumentos son parecidos, ya que una cantidad similar de residentes en la región pasarían a ser pobres.
El problema más grave es que nadie lo detiene.
Las rebanadas del pastel
Pues nada, que con todo y sus defensores de oficio el “presidente del empleo” no levanta, ya que la desocupación abierta en el país resulta mayor ahora que 16 meses antes, cuando el michoacano se instaló en Los Pinos. El más reciente informe del INEGI sobre el particular revela que al cierre de marzo de 2008 la tasa oficial de desempleo abierto fue de 3.78 por ciento de la PEA, contra 3.58 por ciento el primer día de diciembre de 2006.
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