María Teresa Jardí
El desarme de la estructura ética de las instituciones es mundial. El poderoso --aunque fracasado, dado que, como salta a la vista para cualquiera menos estúpido que Bush, que ser en el país más odiado del planeta no es precisamente un logro-- imperio gringo ha convertido las relaciones humanas en objetos de mercado.
Y sociedades, como la mexicana, proclives a aceptar los mandatos del imperio, incluso permitiendo que se las convierta en objeto de mercado, sin los matices siquiera que en otros lugares ponen los candados legales que tornan ciertos excesos en imposibles, al final se quedan sin instituciones.
Y cuando las instituciones se tornan amorfas, porque se han dejado sin estructura ética, las guerras sucias no tardan en aparecer. Y tanto la ley GESTAPO, como los spots generadores de odio que el IFE a modo y el TRIFE legalizador del fraude permiten, y con los que la telebasura bombardea las casas de los que mantienen encendido el televisor porque tampoco entienden que sin instituciones primero irán por los que protesten pero que la guerra sucia es contra todos y que por ellos luego irán también y más, cuando con el odio se persigue cancelar el futuro de México como país libre y soberano, si la sociedad no despierta no hay nada que hacer.
Cierto, somos millones de ciudadanos los que lo entendemos. Pero no lo entienden los partidos políticos y muchos millones de gobernados tampoco están dispuestos a entenderlo porque es más fácil dejarlo todo en manos del otro, tomar conciencia cuesta y obliga a pensar y a razonar, y eso lleva a cuestionarse incluso la responsabilidad individual.
Las instituciones están acabadas en nuestro país debido al desarme ético que se ha hecho de las mismas por parte de la derecha, hoy usurpadora, que desde Salinas, al menos, decidió la entrega de México a los más bastardos intereses que en el mundo existen, a cambio de convertirse unas cuantas familias mafiosas en controladoras del poder y de la empresa en México, a cambio de ser las dueñas del dinero, de los bienes, de las propiedades, de la tierra y hasta de la prestación de los servicios que, por mandato constitucional, los gobiernos están obligados a prestar.
Tomo otro ejemplo que a todos afecta y el que claramente demuestra el costo para los mexicanos que el desarme ético institucional representa.
Hace unas semanas, se publicaba en los diarios una nota que decía: “El patólogo mexicano Francisco González Crussí, invitado a dictar la conferencia “Consideraciones sobre la muerte” en la UNAM y quien lleva viviendo en Chicago 50 de sus 72 años, señala, en una entrevista, a propósito de la visita a nuestro país que: “Para la medicina ya no hay alma, sólo estados bioquímicos…Antes, el médico era una especie de hombre sabio, que no sólo curaba las enfermedades, sino aconsejaba, tenía una visión de la vida, del porqué estamos aquí y de cómo consolarnos cuando sufrimos. Ahora es el técnico que compone la maquinaria descompuesta… En Estados Unidos los enfermos en un hospital son percibidos como meras maquinarias que pasan por una banda industrial, y los médicos son los técnicos. Decenas de millones, incluyendo los indocumentados que carecen de seguro médico, ni siquiera tienen acceso pleno a esto, lo cual es “obsceno, da asco que la sociedad haya llegado a eso…”.
Y en México, donde se aceptan todos los mandatos del imperio, se llegó a eso prácticamente sin resistencia de la sociedad incapaz de entender ---deseducada que ha permitido ser, entre otras cosas, como la baja educativa escolarizada, por la telecrática telebasura a modo de lo que el sistema ordena--- que en la defensa de la medicina pública está su derecho a conservar la salud sin la cual no existe vida digna posible.
El gobierno, tomada la decisión de desarmar el entramado ético de las instituciones prestadoras del derecho a la salud de los mexicanos, en el caso del sector salud, empezó a tronar a las instituciones prestadoras de ese servicio público: falta de medicinas, robo de lo ahorrado por los trabajadores para sus pensiones una vez jubilados, mala atención, imposición de líderes sindicales corruptos, etc. Permitiendo, a la par, que el servicio de la medicina privada se convirtiera en un carísimo monopolio con un empresario dueño del mismo a la cabeza, es decir, favoreciendo a uno de los integrantes de las familias mafiosas que controlan todos los rubros que tienen que ver las ganancias brutales de dinero en México. Hoy, el derecho a la salud en México no existe y el servicio médico privado en México es caro y malo.
Mientras la sociedad no apague el televisor, como protesta, al menos, por los spots generadores del odio necesario para reprimir, porque ni se entera siquiera de que ya transitamos por prolegómenos de otra guerra sucia, México no podrá tener otro futuro que el de la ingobernabilidad que está detrás de toda usurpación promotora de una guerra sucia.
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