miércoles, noviembre 28, 2007

Escuchar

Arnoldo Kraus

Muchas son las virtudes difíciles de transmitir. Para algunas no basta la experiencia, para otras son insuficientes los escritos, y para muchas, aunque la observación y los consejos sean buenas vías, se requiere el paso del tiempo y la experiencia para entender su significado. Hace no pocos años, quizás 15, escribí en estas páginas un artículo que versaba sobre la dificultad para transmitir la experiencia. En esas líneas, arropado aún por los sabores de la adultez temprana, reflexionaba y mostraba mi desazón ante la imposibilidad de mostrar a mis hijos, sin tapujos, los aciertos y los yerros de lo ya vivido. Creo que estaba en lo correcto.

Pasados los años comprendo mejor esa idea. La razón parece obvia: la experiencia es una mezcla del caminar del tiempo, de lo vivido, de lo que se vio y de lo que se escuchó. También de lo que atravesó y de lo que quedó en la piel. La experiencia es mezcla de lo que se rompió y de lo que se construyó. Es, dirán los melancólicos, la capacidad de tejer un telar, donde los hilos se unen y desunen para bordar pedazos de la existencia conforme marca el paso de la vida. Ese telar es único, individual: se teje y se desteje a partir de la propia experiencia, de lo que se vio y de lo que se escuchó. Escuchar es una vieja y gran virtud. Lamentablemente, el arte de la escucha ha perdido terreno ante la ruidosa modernidad.

Buena parte de las cosas que oímos durante el día, sobre todo las que provienen de los medios de comunicación masiva, son insulsas e intrascendentes. El bombardeo auditivo al que nos han acostumbrado los zares de la comunicación no sólo es inútil, sino que ha mermado la capacidad de oír, sea por el volumen, por su continuidad, por copar la mayoría de las esferas de la persona y por lo magro de su contenido. No sé con exactitud dónde y cuándo fue que el ruido masivo sepultó la facultad de escuchar, pero la realidad es que no hay cómo modificar –aceptemos la derrota– esa forma de vida ni cómo resarcir el valor y la trascendencia de saber escuchar. Sin embargo, y a pesar del peso de las modas impuestas por la cotidianeidad, para muchos sigue siendo fundamental escuchar y para otros que se les escuche. Son los enfermos el mejor ejemplo del valor de este arte y es la terapia el lugar por antonomasia donde el diálogo entre doctor y paciente se ejerce sin cortapisas.

Terapia proviene del griego therapeia, que significa servicio. En la vivencia de la enfermedad y en el ejercicio de la medicina el diálogo –la escucha– es fundamental. Muchos pacientes mejoran simplemente al ser atendidos y muchos médicos aprenden e incrementan su poder terapéutico con lo que oyen. Los filósofos entienden bien el valor de la ciencia y sus virtudes, pero explican que el diálogo es, en muchas circunstancias, imprescindible. Un “ir y venir”, un “absorber y devolver”, un espacio donde las palabras, duelan o no, representan cifras de laboratorio o imágenes de rayos X. En el vaivén de las palabras y en sus significados el diálogo se transforma en terapia y éste en servicio que, aunque no siempre deviene mejora o cura, siempre acompaña.

“No sabe lo que significa” es una sentencia que repiten continuamente los enfermos. Tanto la dicen que casi parecería que es una idea inscrita en “los códigos genéticos” del dolor. Repetida en voz alta, o leída, la frase “no sabe lo que significa”, implica que la escucha y sus intersticios son la única vía para desenmarañar lo que vive el enfermo.

Con frecuencia el dolor adolece de palabras suficientes; explicar las sensaciones ardor, vacío, adormecimiento, angustia o asfixia puede ser complicado. En ese “ir y venir”, que no es sino diálogo, “no sabe qué significa” sugiere que sólo a través del intercambio de palabras se logra comprender el dolor que siente el enfermo y que carece de términos precisos. La imprecisión se mitiga escuchando y la mejora o la cura del enfermo y de la familia, como han demostrado diversos estudios científicos, también depende, en muchas circunstancias, del valor de la escucha.

En estos tiempos rápidos la virtud de la escucha sigue siendo espacio imprescindible. Arte complejo, pero, quizás, y a pesar de lo que escribí al inicio de este artículo, no imposible. Hay quienes aseguran que aunque la empatía sea una cualidad innata, es posible enseñarla. Imitar, observar, intentar sentir lo que el otro vive y dialogar son algunos de los caminos emparentados con la empatía. Esas vías las conocen las personas que “tienen experiencia”, cuyo abrevadero es, por supuesto, lo vivido, lo mirado, lo escuchado.

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