Por Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
Hacia 1910 la dictadura de Porfirio Díaz y su oligarquía habían mantenido durante casi 30 años el control del país. Gobernadores, prefectos o alcaldes debían ser leales y sumisos subalternos del general y de sus equipos; que habían instaurado el período de la paz porfiriana y el progreso económico de las clases pudientes, aun cuando la gleba fuese el postergado y disperso pueblo sin horizontes de libertad y bienestar, aun cuando en uno que otro estado de la república se representasen los escarceos de la independencia política en la cabeza de algún caudillo o en intentos de partidos políticos independientes.
Después de Porfirio Díaz, durante casi 20 años a partir de la revolución de 1910, el poder político se reparte entre caudillos y facciones en sucesivas asonadas, traiciones y asesinatos, que produjeron la violenta desaparición de un millón de mexicanos.
En marzo de 1929 Plutarco Elías Calles reagrupó los cacicazgos y hegemonías para fundar el partido oficial. El cual después de "gobernar" por 70 años, empezó a presentar síntomas de descomposición, divisionismo, incapacidad para continuar convenciendo a la nación de que la crisis generada por los Presidentes de la República podía ser superada con el reordenamiento planeado con tan precarias realizaciones. No es sólo el hecho de que la inconformidad del pueblo se manifestará en todas formas, y que el monopolio centralista tratará de forzar la unidad, reprimir adversarios, falsificar las elecciones y emplear la violencia institucional. Internamente; el partido oficial se empezó a desintegrar.
Algún politólogo con profundo conocimiento de la historia apuntaba en 1985, que se estaban repitieron los fenómenos de la dictadura porfirista: el falso optimismo, la falsificación de la verdad, el fracaso del populismo, el endeudamiento en el extranjero, el orgullo de un progreso verbalista, la ignorancia de la realidad que se compone de una mayoría sojuzgada en sus derechos elementales, los políticos, los sindicales, los de la libre iniciativa sofocada por una economía deficiente, la inseguridad, la pobreza, etc.
El 3 de julio del 2000, el júbilo embargó a la mayoría de los mexicanos, porque Vicente Fox había sido el ganador en la campaña por la Presidencia de la República.
La Presidencia de la República obtenida por Vicente Fox, abría el esperado período de la transición democrática en el gobierno federal, que aún hoy a casi 7 años de distancia, no se ha dado y que sólo podrá realizarse con dos hechos fundamentales: Primero.- La Reconciliación Nacional y la simultánea formulación de un Pacto de Gobernabilidad que lleve ahora sí a los mejores hombres de México, sin mengua de sus orígenes partidistas, a los equipos del Gabinete Presidencial y a los apoyos del Poder Ejecutivo.
Segundo.- La voluntad democrática no puede por sí sola crear la normalidad democrática. El desbordado entusiasmo de la ciudadanía que hizo posible la derrota del PRI, ha de ser encauzado mediante la información y la reflexión que acrecienten día a día la conciencia ciudadana y la educación cívica.
Sin ciudadanos capaces, reeducados para la tarea de compartir con el Poder Ejecutivo los proyectos de la renovación nacional, más pronto de lo que podemos imaginarnos, acaso veríamos renacer la inconformidad al grito paradójico de "muera el buen gobierno".
Finalmente cabe recordar trozos de un viejo poema escrito por este autor en 1962: "El triunfo es el esfuerzo/ en algún final vendrán los desenlaces/ para sorpresa de tu sueño;/ pero tú y yo estamos apenas al comenzar de los caminos;/ mi jornada es apenas/ la de abrir en tu surco una huella/ y dejar una lágrima/ humedeciendo una semilla./ Es roturar el seno de la tierra/ para sembrar en ella la esperanza".
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