Luis Linares Zapata
El actual modelo de gobierno (neoliberal) tan de boga en el México de las pretensiones modernizadoras maniató su viabilidad a un acuerdo perverso que le niega toda posibilidad de futuro. En el centro de este negocio se destaca la estirada figura de Elba Esther Gordillo, una de las rancias estrellas del actual firmamento del poder oficialista.
Enraizada en las malformaciones del sistema, esta mujer de ambiciones desbocadas ha ido dando tumbos entre el priísmo más decadente (Salinas-Zedillo) hasta aposentarse en las recámaras de un panismo extraviado entre las boberías irresponsables del sexenio pasado (Fox) y las inseguridades de un Calderón bajo asedio constante. Gordillo fue la pieza de recambio de un líder (Jonguitud), llamado moral y vitalicio, que había llevado las riendas del sindicato más allá de toda sensatez y legalidad. El caduco maestro de Gordillo chocó de lleno con las pretensiones de un Salinas que requería controlar desde Los Pinos la corriente vital de la vida pública, tal como se hacía en los añejos tiempos del priísmo ascendente.
Elba Esther fue, en sus principios, una conductora a modo, dócil y maleable, que se adecuó al doble autoritarismo tanto del salinato como de su improvisado sucesor. Ambos priístas deseaban contar con un magisterio sometido que les permitiera introducir, con calma y suavidad, los cambios estructurales del modelo, en especial los de naturaleza económica, sus principales preocupaciones interesadas.
Para Fox, en cambio, la lideresa, ya encanchada en el opaco mundo sindical, fue una actora indispensable para finiquitar todo resabio del viejo modelo del desarrollo benefactor. Como coordinadora de la bancada priísta en la Cámara de Diputados Gordillo llegó al límite de sus escasas facultades políticas. Se enfrentó a personajes de más talla o capacidad de maniobra: Madrazo y Beltrones, y fue defenestrada hasta el punto de enviarla, moribunda, a su refugio del extranjero.
De ahí la rescató un Fox ya derrotado por sus pocas luces, entreguismo, su ineficacia rampante y el rencoroso pleito con López Obrador para eliminarlo de la sucesión. Gordillo fue su dardo en la batalla electoral para imponer a Calderón. El pacto abierto con el panista michoacano la llevó a las nubes de las facturas cobrables en contante, prestigio, promoción de subalternos y manejo institucional.
La moneda de cambio de Gordillo fue la mayor operación de transa electoral que se recuerde en los días de la imposibilidad metafísica de fraude (Goldemberg dixit) Ella, al mando de una nutrida hueste de profesores, comisionados y pagados con los multimillonarios recursos públicos a su disposición, recorrió el país asaltando cuanta urna indefensa encontró al alcance de su costoso manoseo.
Calderón quedó, desde entonces, atado a las ambiciones y maniobras de una profesora rural sin llenadura. Cuanto crítico interesado se refiere a este maridaje a costa de la nación, aconseja, implora de inmediato y con afán claramente voluntarista, que la profesora sea alejada de la presidencia oficial. Desean, con piadosa mimosidad, que Calderón ejecute un acto de autoridad ejecutiva y la aleje de su entorno. Que le quite las prebendas otorgadas en bien de los educandos. Que no la emplee para sus designios electoreros. Que la exima del manejo pensionario (ISSSTE). Que le corte el cordón inagotable de los recursos públicos. Es decir, que Calderón actúe, ante ella, como lo que nunca ha sido: un presidente legítimo que busca el bien de sus ciudadanos y sólo de ellos.
La íntima conexión entablada entre Gordillo y Calderón deja sin posibilidades de éxito a su proyecto de gobierno. En ese acuerdo ha hipotecado varias arterias de la indelegable responsabilidad ejecutiva por salvaguardar el desarrollo de México. La educación lleva ya 18 o 20 años de un naufragio testificado hasta por organismos internacionales afines a la clase gobernante (UNESCO, BID, BM, OCDE). Sin medios presupuestales para ser invertidos en infraestructura e investigación, la instrucción primaria y secundaria quedó, por designio inapelable de Gordillo, en manos de su yerno, un torvo alguacil de sus visiones personales, que es real afrenta a la dignidad burocrática nacional.
La secretaria del ramo (Vázquez Mota) es una figura impertinente en la que Calderón ha depositado sus fútiles esperanzas para que rescate algo del naufragio inminente. Nada de ello sucederá. El tobogán es feroz e indetenible. Y, por tanto, a la presente administración, regenteada por los niños bien portados en apariencia, sólo les queda el fracaso por delante. Un horizonte indeseable para aquellos que verdaderamente les importa, desde su textura de oposición en rebeldía, el destino de la nación.
Pero las ataduras de Calderón con Gordillo pasan, además, por nudos adicionales. Uno, de gran catadura para aquéllos que el ganar elecciones haiga sido como haiga sido es lo que cuenta, la colaboración de los profesores, revestidos de mapaches, es crucial en cada una de las contiendas donde el PAN va quedando desahuciado, a pesar del gasto que derrocha a manos llena. En esa triste realidad democrática provinciana, que pocos quieren ver, se debate una ciudadanía indefensa y descorazonada, más aún cuando los mentores son usados para tan indigna tarea de trampeadores profesionales. ¡Vaya imagen para la niñez! Pero de aquí saca Elba Esther sus palancas de negociación, esa práctica que muchos consideran intrínseca al quehacer político y que tanto reclaman llevar a término por todos los demás: negociar es, hoy día, sinónimo de transa, de complicidades manifiestas.
Además, Gordillo les es necesaria para el golpe definitivo a la seguridad social solidaria de los mexicanos. Los compromisos de Calderón con los banqueros son tan voluminosos que, sólo ellos, justificarían la utilización de los favores y traiciones de la profesora y sus adláteres. Poner a sudar, en las arcas de las empresas aseguradoras y en la bolsa de valores las masivas aportaciones pensionarias de los burócratas es lo que interesa e importa. Para tal consigna la maestra ha sido la piedra mágica buscada. Ha resistido a pie firme la descomposición creciente del ánimo y la disciplina que, entre los profesores, se palpa en el país. El control se le tambalea, pero sigue aferrada a sus pactos. Y Calderón la necesita, no la puede hacer a un lado, lo destazarían enterito, ella y la base sindical.
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