Cruz Loera Molina
Expertos se afanan en vaticinar hacia dónde se dirige el sistema y cuánto de profunda será la anunciada refundación del capitalismo. "Se corre el riesgo de un desplome del mercado, una debacle financiera y una depresión mundial", dicen algunos 'gurús' de la economía. "La solución no es más intervención", apuntan otros.
La ilusión de la prosperidad permanente y el temor a las crisis cíclicas son las dos caras de una misma moneda: la economía del siglo XX. La actual crisis ha vuelto a poner de relieve uno de los aspectos más discutidos en los últimos 80 años. ¿Libre mercado o intervencionismo?
Más allá de las consecuencias directas (derrumbe financiero, parón de la actividad económica, estallido de la burbuja inmobiliaria, crecimiento del desempleo…), muchos se preguntan ya por el después de. ¿Supone la crisis una brecha histórica tan profunda como para hablar de un nuevo orden?
Se corre el riesgo de un desplome del mercado, una debacle financiera
Los vaticinios abarcan desde el pesimismo de prestigiosos economistas, como el profesor de Economía de la Universidad de Nueva York Nouriel Roubini, famoso por haber anticipado la crisis financiera, quien ha escrito que "Se corre el riesgo de un desplome del mercado, una debacle financiera y una depresión mundial", hasta el optimismo moderado de algunos escritores, como el caso de Salvador Pániker, para quien "el capitalismo subsistirá; lo que ha quebrado es el fundamentalismo del mercado".
Quizá las preocupaciones a pie de calle -más reales y perentorias- no son las que más se tienen en cuenta. Se habla de refundar el capitalismo o de la vuelta de John M. Keynes (uno de los economistas más influyentes del pasado siglo, que tendió puentes entre el Estado y el Mercado), pero los discursos no parecen preocuparse tanto de hacer predicciones sobre preocupaciones menos sublimes, pero igual de necesarias.
¿Herido de muerte?
"El capitalismo continuará, pero el fundamentalismo de mercado está herido de muerte". Ésta es una afirmación que recorre muchas cabezas, tanto de expertos como de políticos. Aunque, cuando se plantean predicciones y soluciones concretas, las opiniones difieren. "La solución no es más intervención", apunta Albert Marcet, investigador del Instituto de Análisis Económicos del Csic. En su opinión, el origen de la crisis no está en el propio esquema capitalista, aunque sí "en la forma en la que se ha entendido el sistema bancario".
El capitalismo ha demostrado que no se corrige a sí mismo
Por su parte, el profesor de sociología de la Universidad Complutense, Ignacio Urquizu, apoya la intervención de los gobiernos en la banca, "porque, si no se hiciese, el escenario sería mucho peor".
Para el escritor Álvaro Pombo "el capitalismo ha demostrado que no se corrige a sí mismo. Esto no es una socialización del capitalismo, pero sí un fin del capitalismo salvaje". "Es el fin del capitalismo desregulado", dijo Carlos Fuentes.
También las grandes asambleas se pronuncian; mientras el FMI (Fondo Monetario Internacional), preveía un ligero crecimiento en el 2009 para el conjunto de las economías avanzadas y del orden del 6% en las emergentes, el Foro Económico Mundial aseguraba que "la crisis financiera afecta ya a la economía real en un nivel alto y el riesgo de una profunda y prolongada recesión crece".
Que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que haya 4.750 millones de pobres en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que haya 1.000 millones de desempleados en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
Que más del 50% de la población mundial activa esté subempleada o trabaje en precario, eso no es una crisis capitalista.
Que el 45% de la población mundial no tenga acceso directo a agua potable, eso no es una crisis capitalista.
Que 3.000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, eso no es una crisis capitalista.
Que 113 millones de niños no tengan acceso a educación y 875 millones de adultos sigan siendo analfabetos, eso no es una crisis capitalista.
Que 12 millones de niños mueran todos los años a causa de enfermedades curables, eso no es una crisis capitalista.
Que 13 millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y al cambio climático, eso no es una crisis capitalista.
Que 16.306 especies están en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos, no es una crisis capitalista.
Todo esto ocurría antes de la crisis. ¿Qué es, pues, una crisis capitalista? ¿Cuándo empieza una crisis capitalista?
Hablamos de crisis capitalista cuando matar de hambre a 950 millones de personas, mantener en la pobreza a 4700 millones, condenar al desempleo o la precariedad al 80% del planeta, dejar sin agua al 45% de la población mundial y al 50% sin servicios sanitarios, derretir los polos, denegar auxilio a los niños y acabar con los árboles y los osos, ya no es suficientemente rentable para 1.000 empresas multinacionales y 2.500.000 de millonarios.
Lo que demuestra la superior eficacia y resistencia del capitalismo es que todas estas calamidades humanas -que habrían invalidado cualquier otro sistema económico- no afectan a su credibilidad ni le impiden seguir funcionando a pleno rendimiento. Es precisamente su indiferencia mecánica la que lo vuelve natural, invulnerable, imprescindible. El socialismo no sobreviviría a este desprecio por el ser humano, como no sobrevivió en la Unión Soviética, porque está pensado precisamente para satisfacer sus necesidades; el capitalismo sobrevive y hasta se robustece con la desgracias humanas porque no está pensado para aliviarlas. Ningún otro sistema histórico ha producido más riqueza, ningún otro sistema histórico ha producido más destrucción. Basta considerar en paralelo estas dos líneas -la de la riqueza y la de la destrucción- para ponderar todo su valor y toda su magnificencia. Esta doble tarea, que es la suya, el capitalismo la hace mejor que nadie y en ese sentido su triunfo es inapelable: que haya cada vez más alimentos y cada vez más hambre, más medicinas y más enfermos, más casas vacías y más familias sin techo, más trabajo y más parados, más libros y más analfabetos, más derechos humanos y más crímenes contra la humanidad.
¿Por qué tenemos que salvar eso? ¿Por qué tiene que preocuparnos la crisis? ¿Por qué nos conviene encontrarle una solución? Las viejas metáforas del liberalismo se han revelado todas mendaces: la "mano invisible" que armonizaría los intereses privados y los colectivos cuenta monedas en una cámara blindada, el "goteo" que irrigaría las capas más bajas del subsuelo apenas si es capaz de llenar el cuenco de una mano, el "ascensor" que bajaría cada vez más deprisa a rescatar gente de la planta baja se ha quedado con las puertas abiertas en el piso más alto. Las soluciones que proponen, y aplicarán, los gobernantes del planeta prolongan, en cualquier caso, la lógica inmanente del beneficio ampliado como condición de supervivencia estructural: privatización de fondos públicos, prolongación de la jornada laboral, despido libre, disminución del gasto social, desgravación fiscal a los empresarios. Es decir, si las cosas no van bien es porque no van peor. Es decir, si no son rentables 950 millones de hambrientos, habrá que doblar la cifra. El capitalismo consiste en eso: antes de la crisis condena a la pobreza a 4.700 millones de seres humanos; en tiempos de crisis, para salir de ella, sólo puede aumentar las tasas de ganancia aumentando el número de sus víctimas. Si se trata de salvar el capitalismo -con su enorme capacidad para producir riqueza privada con recursos públicos- debemos aceptar los sacrificios humanos, primero en otros países lejos de nosotros, después quizás también en los barrios vecinos, después incluso en la casa de enfrente, confiando en que nuestra cuenta bancaria, nuestro puesto de trabajo, nuestra televisión y nuestro ipod no entren en el sorteo de la superior eficacia capitalista. Los que tenemos algo podemos perderlo todo; nos conviene, por tanto, volver cuanto antes a la normalidad anterior a la crisis, a sus muertos en-otra-parte y a sus
desgraciados sin-ninguna-esperanza.
Un sistema que, cuando no tiene problemas, excluye de una vida digna a la mitad del planeta y que soluciona los que tiene amenazando a la otra mitad, funciona sin duda perfectamente, grandiosamente, con recursos y fuerzas sin precedentes, pero se parece más a un virus que a una sociedad. Puede preocuparnos que el virus tenga problemas para reproducirse o podemos pensar, más bien, que el virus es precisamente nuestro problema. El problema no es la crisis del capitalismo, no, sino el capitalismo mismo. Y el problema es que esta crisis reveladora, potencialmente aprovechable para la emancipación, alcanza a una población sin conciencia y a una "izquierda" sin una alternativa elaborada. Se equivoque o no Wallerstein en su pronóstico sobre el fin del capitalismo, tiene razón sin duda en el diagnóstico antropológico. En un mundo con muchas armas y pocas ideas, con mucho dolor y poca organización, con mucho miedo y poco compromiso -el mundo que ha producido el capitalismo- la barbarie se ofrece mucho más verosímil que el socialismo.
¿Fin del Capitalismo?
EL DERRUMBE DEL IMPERIO
Algunos hablan del fin del capitalismo, otros hablan de la caída del Imperio Americano y los más osados incluso hablan de Apocalipsis Now... ¡No es para tanto!
Ciertamente es un golpe muy fuerte para Estados Unidos y para la economía de mercado, pero el Imperio aún no está muerto y todavía, como dueño del juego, tiene el privilegio de cambiar las reglas del juego en su beneficio.
Ningún otro imperio, ni China, ni toda Europa pueden salir librados del colapso americano. Junto con él tendrán que absorber las pérdidas. Por el momento no pueden liberarse ni imponer condiciones y mucho menos nuevas reglas monetarias, financieras y comerciales a nivel mundial.
Algunos, los utópicos, sueñan con tener un Banco Central Mundial y una sola moneda mundial, o ya de perdis tres bancos centrales y tres monedas: el Euro que circula desde 2002, una moneda asiática y el "amero" para el continente Americano. The Economist incluso planteó que hacia el 2017 debería haber una moneda mundial a la que bautizó como el Fénix.
Sin embargo, todavía habrá historia para las 5 monedas que representan a las economías hegemónicas: dólar, euro, yen, yuan y rupia.
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