Por Gerardo Fernández Casanova
Que el fraude electoral jamás se olvide
El zócalo de la Ciudad de México fue nuevamente testigo de la decisión popular de defender la soberanía y el patrimonio nacionales. Fuimos más de cien mil concurrentes a la III Asamblea de la Convención Nacional Democrática, los que avalamos los resolutivos propuestos por las respectivas comisiones, todos relacionados con el objetivo de recuperar la nación para las y los mexicanos.
Nuevamente los agoreros del desánimo y los voceros del régimen espurio, los que quisieran dar por muerto al movimiento reivindicador encabezado por AMLO, se toparon con la terquedad y la tozudez del pueblo, decidido a no permitir que sus anhelos de justicia y libertad sean cancelados. Los agravios están a flor de piel y se generalizan; cada vez va siendo más difícil para el régimen espurio ocultar la realidad, con todo y la parafernalia desinformativa; la escalada de los precios golpea a cuatro quintas partes de la población y no hay quien la detenga; los tabasqueños ya tienen claro que el desastre hidráulico tuvo causantes y no perdonan; es inocultable el entreguismo prianista a los intereses extranjeros y la amenaza que pende sobre el destino de los recursos nacionales; la represión se consolida como fórmula de gobierno; el campo y los campesinos alistan su propio funeral.
Especial énfasis puso Andrés Manuel en el tema del petróleo. La decisión privatizadora está tomada, incluso el espurio ya la anuncia ante sus patrones extranjeros como un hecho, alentado por el resultado de su contubernio con la derecha priísta que facilitó la reforma pensionaria en el ISSSTE y la del aumento de los impuestos. El caso es grave puesto que el recurso del petróleo es el único que puede ofrecer una garantía de progreso y bienestar, dilapidarlo y entregarlo a la voracidad del capital, sea nacional o extranjero, dificultaría enormemente la posibilidad de un desarrollo independiente. En la misma proporción la decisión popular está tomada: no lo vamos a permitir. Un millón 700 mil representantes del Gobierno Legítimo firmamos compromiso de acudir al llamado de la dirigencia para impedirlo; los sindicatos independientes ya comprometieron el paro nacional. Así como el pueblo concurrió en apoyo del Presidente Cárdenas cuando decidió la expropiación petrolera, hoy lo hará para defenderla.
A título personal deseo que intenten la privatización. Más vale una confrontación definitiva que persistir en el desmantelamiento paulatino. Es probable que así suceda porque los que mandan en el FMI no están dispuestos a esperar otros seis años de ineficacia foxista; el fraude electoral fue una inversión que debe rendir. Por muy recia que sea la movilización contra la privatización, si la operación continúa bajo el control del régimen espurio seguirá degradándose en el mar de la corrupción y la sobreexplotación, que a nadie beneficia. El caso es para una apuesta de todo o nada, que en el todo incluye la renuncia de Calderón y en el nada, la plena privatización petrolera.
La plena privatización sería una medida pésima, pero es peor mantener el actual estado de cosas. Hoy PEMEX no es de la nación; ha sido prácticamente privatizada y tiene como dueños al gobierno espurio y a la cúpula del sindicato petrolero. En tanto que dueño, el gobierno exprime a la paraestatal para financiar un presupuesto de rescates para banqueros, ingenios particulares, autopistas concesionadas y subsidios a los grupos de privilegio. Por su parte, la cúpula sindical, que no la base trabajadora, no tiene llenadera en la exacción de los recursos de la empresa; ambos inmersos en la más asquerosa corrupción.
La operación actual de PEMEX se limita a la extracción y exportación de petróleo crudo y a una cada vez menor actividad refinadora para el surtimiento de la demanda doméstica (la importación de gasolina y diesel alcanza el 40% de la oferta total). La inversión en exploración es insignificante y el mantenimiento está por abajo de los límites críticos de seguridad. Tiene más de veinte años que se suspendió el esfuerzo tecnológico del Instituto Mexicano del Petróleo. El muy valioso capital humano de la empresa se está perdiendo, sea por los contratos de servicios o por el nuevo embate contra el personal técnico de confianza, por el que se les está obligando a firmar nuevos contratos de trabajo que lo hacen prescindible. De continuar por este camino va a llegar el día en que no haya nada que defender o que privatizar. Por esto la apuesta tiene que ser completa.
Ultimamente han surgido sesudos analistas que opinan que no hay para dónde hacerse, que la empresa es insalvable, particularmente por el enorme poder del sindicato petrolero, al que los últimos cinco sexenios han pretendido controlar sin lograrlo. Lo que les falta considerar a quienes así opinan, es que no se puede eliminar la corrupción desde la corrupción misma; tal vez pretendan terminar con la corrupción sindical, pero dejando intacta la de los directivos. Un corrupto que hizo fraude en las elecciones está atado de manos si es que intenta limpiar la empresa. Se requiere autoridad moral y esa anda recorriendo el país para organizar al pueblo.
Sin el mafioso contubernio de la Secretaría del Trabajo, la cúpula del sindicato ya habría pasado a retiro o a la cárcel. La cúpula del sindicato garantiza una privatización sin sobresaltos y, a cambio, el régimen la apuntala cancelando al movimiento democrático y nacionalista de los trabajadores de base y de los técnicos. Así nadie podrá terminar con la corrupción.
Tiene razón López Obrador, en la lucha por el petróleo se está dando la lucha por el país.
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