jueves, noviembre 22, 2007
Cien años de Revolución
Por Raúl Moreno Wonchee
Mirador
Si el origen algo tiene que ver con el destino, no es ocioso, entonces, discutir si la Revolución comenzó, como reza la historia oficial el 20 de noviembre de 1910, o unos años antes con la publicación del Programa del Partido Liberal y las huelgas de Cananea y Río Blanco. Como me quedo con la segunda, sostengo entonces que hace poco más de un siglo en México comenzó una revolución social que desarrolló su vertiente política en la lucha contra la dictadura primero y contra la usurpación después, y que en el curso de la lucha armada dirimió el carácter del nuevo Estado hasta que el Congreso Constituyente de Querétaro amalgamó las garantías individuales y los derechos sociales con la nación como simiente y sustento. Y diseñó un régimen político para dar cauce y cumplimiento a las aspiraciones populares y salvaguardar la soberanía y la integridad de la nación.
No fue fácil darle vigencia a la Constitución cuando todavía las armas eran el medio para dirimir el poder. Fue entonces que el genio político de los caudillos abrió paso a la vía institucional. Luego del asesinato del presidente electo Alvaro Obregón, se impuso la idea institucional que unificó a las fuerzas revolucionarias y se inauguró el ciclo de las sucesiones presidenciales cada vez más cerca de las urnas y lejos de las armas.
El general Lázaro Cárdenas, en alianza con el movimiento obrero, le dio a la Presidencia de la República su papel institucional e hizo de ella la palanca que movió a México hacia grandes transformaciones: la reforma agraria y la propiedad social en el campo que dignificaron a los campesinos y les dieron un lugar en la economía nacional; la educación popular; el reconocimiento de los derechos sociales y políticos de los obreros; la construcción de infraestructura y las políticas de fomento económico. La política exterior fortaleció el papel de México en la vida internacional y lo hizo bastión de la libertad donde encontraron cobijo los perseguidos por el franquismo y otras dictaduras. La expropiación petrolera garantizó independencia y soberanía y abrió las puertas del desarrollo.
La guerra ensombreció al mundo y México no fue la excepción. Sin embargo, nuestro país ya contaba con una estructura institucional que le permitió proseguir su ascenso. Se consolidó la vía electoral en la sucesión presidencial y nuevas y renovadas instituciones garantizaron la marcha progresiva de nuestro país aunque rezagos y nuevas contradicciones amenazaban a cada momento interrumpirla o desviarla, lo que a veces ocurrió. Casi siempre hubo el talento y el patriotismo para corregir el rumbo y rectificar. Cuando no fue así por la preeminencia de intereses privilegiados, se incurrió en costosas desviaciones.
De 1935 a 1982 la economía mexicana tuvo un crecimiento anual que promedió más de 6%. Economía mixta con fuerte participación del Estado fue la fórmula que se complementó con una institucionalidad funcional al desarrollo. Sin embargo, la creciente influencia del gran capital y la preeminencia de la burguesía burocrática en el aparato gubernamental lastraron y deformaron el desarrollo y frenaron la Revolución. México no pudo vencer entonces la pobreza y la desigualdad ni la dependencia económica y financiera, lo que favoreció el ascenso de una tecnocracia más sensible a los intereses norteamericanos y oligárquicos que a las aspiraciones populares y a las necesidades nacionales, y que dirigió al país en un sentido distinto al señalado en la Constitución.
En la última década del siglo XX se acató el llamado "Consenso de Washington" y desde entonces la economía ha dejado de crecer, la riqueza se ha concentrado y la pobreza, extendido. La enorme emigración a Estados Unidos es resultado de las inicuas relaciones comerciales derivadas del TLC y del abandono de las responsabilidades económicas del Estado.
La transición desembocó en la anomalía política de un gobierno que se abocó a socavar las instituciones, vulnerar al Estado y debilitar a la Nación. Ante la catástrofe de nuestro estancamiento cuando otros países de similar potencia crecen aceleradamente, urge revalorar la Revolución y su legado. El entramado institucional ha estado bajo fuego pero se mantienen en pie algunas de las principales instituciones revolucionarias: Pemex sostiene la economía nacional y el IMSS garantiza la salud de los trabajadores y sus familias.
Es preciso asimilar la experiencia reciente para rectificar, rescatar nuestros valores sociales y encontrar las herramientas y los procedimientos que nos permitan, en las nuevas realidades, reconstruir el Estado a través de la renovación democrática de las instituciones. Con base en la raigambre histórica y la vigencia institucional de la Revolución Mexicana, hay que trazar la ruta para hacer de México una nación cabalmente soberana, más democrática y libre de la explotación humana.
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