Ángel Guerra Cabrera
Según trascienden los entretelones de la Cumbre Iberoamericana surgen verosímiles indicios de que Rodríguez Zapatero y el rey Juan Carlos fueron empujados a desnudarse sin afeites como neoliberales y nostálgicos de la España colonial al seguir, tal vez sin plena conciencia de ello, un guión diseñado nada menos que por el fascista Aznar. De lo que no hay duda es que su intento de imponer una agenda que no gozaba de consenso sufrió una amarga derrota que hizo brillar la talla de estadista y la política exterior del presidente Hugo Chávez, en contraste con la pequeñez y mezquindad de sus contrincantes ideológicos, evidentes o agazapados.
A la política internacional de Chávez ya dediqué un artículo (La Jornada, 7/9/06), pero creo oportuno volver sobre ella en la medida que cobra mayor relevancia tanto para la creciente y cada vez más combativa rebelión antimperialista latinoamericana, como para las que se alzan o incuban en otros confines del planeta. Esta política sólo es concebible como fruto de la revolución social más profunda ocurrida en la parte continental de América Latina y es inseparable del singular empaste entre el gran movimiento de masas venezolano y las excepcionales cualidades de su líder.
Desde antes de llegar a Miraflores y de la radicalización ulterior del proceso que encabeza, Chávez dio muestras de una clara concepción que ataba indisolublemente la suerte de su proyecto para Venezuela al de la emancipación de América Latina y el Caribe. Lo explica en gran parte su admiración, desde muy joven, por Bolívar, Martí, Fidel Castro y la revolución cubana, a las culturas originarias de nuestros pueblos y sus resistencias, así como su dedicación al estudio de la historia latinoamericana, no por mero ejercicio académico, sino como arma fundamental, así se constata diariamente, en la lucha por la liberación nacional y social a escala de la región.
Entre sus primeros pasos como presidente realizó un periplo por los países integrantes de la OPEP, en ese momento agonizante, tejiendo voluntades de gobiernos de muy distintas orientaciones ideológicas a la suya. Con su tenacidad logró revitalizar la organización y el rescate de precios dignos para la reina de las materias primas de la civilización surgida de la revolución industrial. Mirando hacia atrás, ahora se advierte diáfanamente que actuaba muy lejos de una visión nacionalista burguesa. Vio que un precio más ventajoso del hidrocarburo era una palanca para la redistribución urgente del ingreso entre los pobres y su inclusión definitiva con plenos poderes en la sociedad venezolana, sin olvidar el desarrollo a futuro de una economía autónoma liberada del rentismo petrolero. Pero a la vez, para cimentar la unidad e integración de los pueblos latinoamericanos sobre bases de justicia social y fraternidad. Y no sólo. También estaba implícito, lo ha demostrado la historia posterior, el fomento de la unidad y solidaridad con todos los pueblos agredidos por el imperialismo, como se evidencia en su rechazo vertical a la invasión de Irak y la relación establecida con Irán, incomprensible todavía por muchos que no entienden la necesidad imperiosa de amplias y audaces alianzas entre culturas distintas como requisito indispensable para derrotar a los gestores del saqueo y de la guerra capitaneados por Washington. La concertación de la Venezuela chavista con Irán puede muy bien servir de modelo para acometer el necesario gran frente con sus homólogos islámicos de los pueblos, fuerzas y estados que enfrentan en Occidente los embates del capitalismo imperialista. En este contexto, toman exacta dimensión las propuestas de Chávez en la última reunión de la OPEP en favor de que la organización ofrezca a todas las naciones dependientes no petroleras el trato preferencial que da Venezuela a sus hermanos caribeños y en relación a desligar el precio del petróleo de la tiranía del exangüe dólar. No es casual la rabia de la servil oligarquía venezolana y de los voceros de la dominación –entre ellos más de un revolucionario autojubilado– contra una ejecutoria internacional que estremece su piso de banales certezas e insensibilidades, donde hasta hace poco transitaban tan seguros.
La conducta de Chávez en política exterior es la de un revolucionario internacionalista en la tradición de Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo y Trotsky, pero sus nutrientes raigales hay que buscarlos en Miranda, Bolívar, Martí, Mariátegui y el Che Guevara.
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