Angel Guerra Cabrera
Un plan orquestado por Washington para derrocar a corto plazo al presidente Hugo Chávez está en acción hace varias semanas. Concebido en los laboratorios de la CIA y con ramificaciones en Europa y América Latina, prevé la desestabilización interna de Venezuela mediante manifestaciones vandálicas de hijos de papá y otros jóvenes enajenados hasta arrastrar a las calles a sectores de clase media que rechazarían el resultado del referendo del 2 de diciembre. La maquinaria mediática imperial amplificaría paulatinamente, como ya lo esboza, la imagen de un país alzado contra el presidente.
El choque de posiciones ideológicas irreconciliables, provocado por el jefe del gobierno de España en su pretensión de decir la última palabra en la Cumbre Iberoamericana y el histérico “¿Por qué no te callas?” de Su Majestad borbónica, sacado de sus casillas por la convincente réplica de Chávez, se inscriben en el diseño subversivo que, aunque enfilado principalmente contra Venezuela, busca aplastar la insurgencia contemporánea de sus antiguas colonias y los líderes revolucionarios surgidos de ella. Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y Carlos Lage cuestionaron sólidamente los livianos enfoques sobre las causas de la desigualdad en América Latina y la patraña del libre comercio. Pero Rodríguez Zapatero pretendió cerrar la reunión haciendo zalamerías a Aznar e insistiendo en las bondades del neoliberalismo, desentendido del notorio apoyo del primero al golpe de Estado en Venezuela, de la criminal regresión social ocasionada por el segundo en la región y de los graves trastornos estructurales que la aquejan históricamente debido al expolio sucesivo del colonialismo ibérico y de los imperialismos británico y estadunidense. Zapatero actuó como un empleado de las corporaciones españolas y del capitalismo global ante un Chávez portavoz de los pueblos latinoamericanos que le recordó la conquista y genocidio de los pueblos originarios, la trata negrera, el saqueo y las agresivas injerencias foráneas en sus asuntos internos.
La nueva arremetida contra la Venezuela bolivariana es únicamente comparable por su envergadura con la que en su momento sufrió la revolución bolchevique y la que resiste Cuba desde hace casi medio siglo. Intenta aprovechar los puntos débiles del profundo proceso democrático en ese país, pero está sustentada, sobre todo, en el uso descarado de la mentira apoyándose en la matriz satánica de Chávez, estereotipada desde hace años por los medios de (des)información dominantes. Uno de sus ingredientes fundamentales es la violencia, como se ha visto en las recientes demostraciones contrarrevolucionarias en Caracas y otras ciudades, con la intención de incrementarla progresivamente hasta conseguir que corra la sangre, mientras más mejor. Ofreciendo ríos de dinero y prometiéndoles el oro y el moro una vez que triunfe el golpismo, los conspiradores aspiran a estimular nuevas traiciones entre funcionarios del gobierno y jefes militares corruptos o vacilantes.
Como todo proceso revolucionario que se radicaliza, el venezolano experimenta ya la deserción más o menos encubierta de los que sólo querían cambios cosméticos, aterrorizados al ver venir, con la aprobación de la reforma constitucional por los electores, una transferencia del poder a las comunidades en detrimento de la oligarquía, pero también del Estado burgués y, por consiguiente, de los privilegios enquistados en la burocracia gubernamental. Éste es el punto que quita el sueño a los imperialistas, pues unido a la organización desde abajo del partido de la revolución convertirá en imbatible al pueblo bolivariano y sentará en América Latina un ejemplo muy contagioso de democracia de veras.
El más grave peligro a conjurar en Venezuela, ha advertido la voz autorizada de Fidel Castro, es el magnicidio. Su alerta me ha hecho recordar cuando los combatientes y jefes de la Sierra Maestra le pidieron por escrito no continuar exponiendo su vida en la primera línea por el rudo golpe que su muerte podía significar en aquel momento para la revolución cubana. De la misma manera, un líder de la talla de Chávez es insustituible hoy para la revolución, en Venezuela y en América Latina.
Vivimos una hora de definiciones. Lo que está en juego en Venezuela es la alternativa entre democracia o fascismo en el futuro de nuestra América, aunque algún señorón de la pluma opte ante ella por la invectiva y la banalidad.
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