Por Luís Agüero Wagner
Escritor y periodista
Ciertas voces tendenciosas, desesperadas ante la muy factible posibilidad de que una enorme masa de electores vote en blanco el año que viene, se han hecho oír intentando descalificar el legítimo acto de protesta que representa votar en blanco.
Para ello echan mano a la coartada que sería favorecer al oficialismo, traicionando a los aspirantes a zoqueteros de la oposición. Al respecto, no está demás recordar que todos los “opositores” que hasta ahora han accedido a alguna banca en el Parlamento gracias al voto de la gente, han traicionado a sus representados votando por el oficialismo y enlodándose con los mafiosos una vez que accedieron al zoquete.
Votar en blanco sería, pues, sencillamente, una forma de adelantarse a la traición asegurada que los aspirantes a zoqueteros perpetrarán una vez logrado su objetivo, más aún si tenemos en cuenta que prometen cosas que no estarán en sus manos, como renegociar las binacionales y demás temas diversivos.
Demás está decir que quienes difunden infamias sobre el voto en blanco son los mismos personajes que con su deshonrosa actuación desde la supuesta oposición se han hecho acreedores del más profundo desprecio ciudadano, y expresar ese desagrado es, según creo, uno de los derechos legítimos e inalienables de la persona reconocido en todas las constituciones existentes en el universo. Eso además de ser un profiláctico a la culpa que uno cargaría encima por haber aportado el voto para un personaje que inexorablemente más temprano que tarde se encargará de perpetrar las aberrantes desviaciones propias de nuestra vida política.
Pueden obligarnos a votar, pero obligarnos a votar por alguien ya sería un abuso, más aún considerando la oferta política local, donde la oposición compite con el oficialismo en desvergüenza e incluso lo supera ampliamente con inverosímil frecuencia.
Particularmente en épocas de descreimiento o de crisis de credibilidad en la clase política es desalentador que no existan procedimientos electorales que hagan posible la renovación de los cuadros, o la reforma de los sistemas, con miras al acceso al gobierno de los mejores o cuando menos de gente nueva. Ciertamente no se logra ese objetivo colocando al votante entre la espada y la pared, obligado a emitir un voto válido y computable por quienes consideran los menos malos, por paracaidistas sin antecedentes satisfactorios o sin atisbo de programa, o simplemente por candidatos que no sabemos quiénes cuernos son ya que se encuentran camuflados en la perversa y vulgar "lista sábana.
Una forma de dignificar el voto en blanco sería convertirlo en un voto ejemplificador asignándole en el sistema electoral algún tipo de representación; estableciendo, por ejemplo, un sistema por el cual el voto en blanco genere bancas sin cubrir en los órganos representativos. Así se obligaría a la dirigencia política a preocuparse por adquirir una mayor profesionalidad ante el peligro de quedar sin electores, al perder su prestigio ante la opinión pública.
Esto último es algo que obviamente no se encuentra hoy entre las mayores preocupaciones de nuestra clase gobernante, a juzgar por las idioteces que cotidianamente les escuchamos decir y las escenas bochornosas que con frecuencia nos permiten disfrutar. Basta sólo recordar dos episodios antológicos: un conocido senador opositor escondiéndose en el baño de Senado para evitar dar su voto por el desafuero de uno de los mayores mega ladrones de nuestra historia política, y un diputado oficialista bajando la llave de la luz intentando dejar en suspenso una votación desfavorable. Y conste que son sólo los que me vinieron más rápido a la memoria para justificar mi voto en blanco, sin por ello ser obligadamente los top en el ranking de bochornos.
El país necesita que alguna vez aparezcan gobernantes o por lo menos candidatos opositores que sean confiables en el manejo de la cosa pública, y la posibilidad de que queden cargos sin cubrir sería un estímulo para alcanzar una mayor profesionalidad y decoro en el cumplimiento de su mandato representativo. La modificación legislativa que puede dar marco sería computar los votos en blanco y adjudicarlos como si
fuera un partido más, dejando vacías las bancas que le corresponden por las cifras obtenidas.
¿Nos sirven acaso las bancadas unipersonales? Hasta ahora ha sido como enviar ganado a la subasta: ahí está como ejemplo País Solitario.
Otra cuestión de menor importancia que me conduce a reconciliar el voto en blanco con nuestra conciencia y realidad social es el ahorro que significaría restar del presupuesto nacional los salarios de los cargos públicos que en consecuencia queden vacantes. Significaría un ahorro en los sueldos de los legisladores, sus asesores, auxiliares, familiares, paquitas en la Justicia Electoral, periodistas venales, amantes, familiares de amantes, amigotes de tardes futboleras y otros parásitos anexos que quedarían sin incorporarse por este motivo al presupuesto público.
Sería además un ahorro coherente con la personalidad de advenedizos que aunque imploran al electorado que sume votos, como funcionarios lo que producen sólo equivale a la suma de cero, más cero, más cero
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