Julio Hernández López
Teatralidad
Reallity show con “zetas”
Mentir, “¿por qué, señor?”
Urgido de instalar la percepción de que se había detenido a los auténticos detonadores de granadas en Morelia, el calderonismo no tuvo empacho en actuar para las principales televisoras como expedito suministrador oficial de videos correspondientes a fases indagatorias que en otras circunstancias son ocultadas celosamente al público por la “discrecionalidad” a que la ley obliga en esas diligencias. El gobierno federal jugando a la cámara escondida, con tomas laterales de mala calidad técnica, luz insuficiente y mala resolución (para aparentar la autenticidad propia del amateur), como si en esos infiernos judiciales hubiese tanto respeto a los derechos de los detenidos/torturados que se tuviera que grabar a escondidas una declaración de culpabilidad. Supuestos delincuentes de gravísima responsabilidad que platicaban a la autoridad, casi entre cuates, la manera como habían realizado sus aventuras explosivas. Mexicanos: confirmen que así son los interrogatorios judiciales, con calma y amabilidad, sin picanas, pocito ni tehuacanazo (por citar algunas técnicas clásicas).
Raras historias de instaladores de explosivos en fiestas patrias que detallaban ante la autoridad cómo eran los artefactos recibidos para hacerlos estallar: como un elote, una bolita con rayitas y cuadritos, con una espoleta que luego fue tirada por allí, “paniqueados” y confusos los verdugos que no sabían qué hacer con tamaños encargos llenos de esquirlas, hombres sin conocimientos técnicos ni capacidades militares como se supondría ante la fama que se adjudica a los miembros de ese grupo de origen castrense. “Cómo era la granada?” “Era este, pequeñita, así, este, de esas como... como así con cuadritos, este, ceniza, ceniza como de un verde, de un verde, como verde oscuro, de ese tipo, señor”, respondía el acusado, entre esfuerzos permanentes de cortesía, con un “sí señor” o “señor” añadido a las frases para dar muestra de solvencia cuando menos en cuanto a cortesías. “¿Tipo como del que usan los soldados?”, insistía el anónimo y oculto interrogador. “Algo así, algo así, señor...”, contestaba el desparpajado experto en terrorismo urbano.
¿Cuáles fueron los móviles para causar tamaña desgracia en Morelia? Uno de los detenidos aventuró una expli- cación que, sin más, fue asumida bíblicamente por la muy valiente y profesional prensa mexicana: “yo pienso en ese aspecto, para eso eran las granadas o sea amedrentar y provocar al gobierno más que nada, ese era más o menos el objetivo que yo comprendí”. Pensamientos más o menos comprendidos que de inmediato se convirtieron en verdad periodística destacada (cabecea la nota, o empieza así tu noticiero, que algo queda). Dos de tres declarantes habían sido mostrados a los periodistas con huellas inequívocas de violencia, uno de ellos todavía con bata de hospital. El que no tenía rastros de agresión sería el más locuaz, gestual y detallista, empeñado con profesionalismo en convencer a sus oyentes, casi indignado en cierto momento en que el interrogador oficial dudaba de su sinceridad. “¿Lo que me estás comentando es verdad?”, le sorprendió de pronto el comisionado oficial. “¿Mande...?”, respingó el deponente (así se llama a quien declara ante una autoridad judicial). “¿Es verdad?”, insistió el ligeramente fiero funcionario. “Sí señor. Sí señor”, respondió el presunto zeta apodado El Grande. “¿No me estás mintiendo?”, arremetió La Autoridad, a punto de hundirse en el más profundo despecho si el confiable delincuente había caído en la fea práctica de la mentira. Y en un momento supremo, digno de retablos cinematográficos, el criminal sin alma ni perdón posible se muestra extrañado, sabedor de que no merece esas desconfianzas porque no ha dado pie para ellas: “¿Por qué, señor?”, pregunta entre mínimamente retador y grandemente entristecido, al saber que ya no es de confianza la respetable palabra de un delincuente como él, capaz de poner granadas y matar a gente inocente pero no de mentir en momentos fílmicos trascendentes. “No, te pregunto si esa es la verdad”, suaviza entonces el conductor del interrogatorio, y el acusado cierra con su frase favorita y confirmatoria: “Sí, señor”. ¡Oh, my good!
Con tales desenlaces, La verdad sospechosa podría ser el título de este montaje televisivo gubernamental, pues en caso de que efectivamente fuesen culpables del atentado del pasado 15 los tres presuntos delincuentes presentados la semana pasada, debería reprocharse a los funcionarios encargados de esas filtraciones gráficas el haber contaminado los hechos (e inoculado el virus razonable de la duda) al marcarlas con un sello de muy mala calidad, no sólo en cuanto las declaraciones de los aprehendidos parecían más bien una representación, sino también en el sentido de ser efectistas, exageradas y deseosas de llamar la atención, como describe la Real Academia Española la teatralidad.
En Washington, mientras tanto, republicanos y demócratas se juegan la próxima presidencia imperial con las fichas envenenadas de un plan de rescate bancario que al no ser aprobado ayer golpeó a las bolsas de valores del mundo cuyo horario les hizo aptas para recibir el impacto, entre ellas, desde luego, la de México, donde además el dólar subió decenas de centavos de peso. Crisis anunciada ante la cual el calderonismo se dice suficientemente protegido, a tal grado que el círculo hacendario de mayor peso ha jugado con la idea médica de que al norte del país le ha dado pulmonía y a nosotros apenas nos llegará un catarrito. ¡Salud!
Y, mientras Héctor Alejandro Quintanar propone a los dueños del futbol profesional mexicano que continúen con su labor de hacer política desde las canchas (el blanco de protesta por el asesinato de Fernando Martí; en diciembre de 2006, llamados a la unidad nacional respetuosa de resultados electorales), ahora guardando en los partidos del siguiente fin de semana un minuto de silencio por los caídos de Tlatelolco, ¡hasta mañana, con Guerrero en pleno hervor electoral que habrá de acelerar definiciones en el perredismo ya tan fracturado!
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