Carlos Cordero
Las religiones y las bolsas de valores tienen algo en común: prometen y venden lo que no existe. En ese sentido, las operaciones bursátiles también son una cuestión de fe, al menos para los tontos y desinformados. Por eso cuando las bolsas quiebran significa que la realidad se ha impuesto y que, tras toda la faramalla y mercadotecnia, no hay nada que respalde esas ficciones.
En el caso de las acciones bursátiles, éstas no tienen una verdadera producción económica que las respalde; por ello, valen mientras dura el engaño. Son talismanes con que los bobos, los que no saben trabajar y los vivales –esos bloferos que egresan de las grandes escuelas de economía- piensan enriquecerse de la noche a la mañana. Pero, igual que en la política (ese otro gran negocio contemporáneo), únicamente quienes son parte del poder, la corrupción y la mentira logran sus fines.
Con la quiebra financiera toda sociedad se plantea una disyuntiva: permitir que los granujas se salgan con la suya o poner un alto definitivo a los engañabobos. Lo primero implica aceptar que el Gobierno los rescate con un borrón y cuenta nueva, cargando los costos a los contribuyentes. Pero eso demuestra la existencia de malos gobernantes que hacen pagar a la mayoría la culpa de unos cuántos, echando dinero bueno al malo y dañando el patrimonio colectivo. Y que, en vez de apoyar la economía real representada por los micro, pequeños y medianos productores y empresarios, determinan –sin consultar al pueblo- apoyar la economía ficción y los negocios de saliva, lo que resulta una completa estupidez o un robo descarado e impune a las arcas de la nación y del mundo.
Dejar que los agarratontos asuman la consecuencia de sus actos (no rescatar las bolsas de valores) tendrá sus consecuencias –que siempre han sido las mismas-, pero es lo más saludable. Aunque, como otras veces en el pasado, quieren asustar a la gente con el fantasma de la recesión, no hay tal: es simplemente un regreso a la realidad, a la economía verdadera, al "gasto lo que tengo". Por eso la mejor manera de paliar las consecuencias de una quiebra bursátil no es rescatando a los bolseadores -¡perdón, bolsistas!- sino rescatando al pueblo. Todo el dinero que se pretende tirar salvando a unos pocos debe invertirse en fortalecer a los micros y pequeños productores y empresarios, ya que sólo así se demostrará que aún hay gobiernos y legisladores que trabajan para la mayoría y que no están al servicio de los grandes delincuentes de cuello blanco.
Por todo lo anterior, ¡no al rescate de las bolsas de valores ni de los bancos!
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