José Blanco
Al día siguiente que Dominique de Villepin diera una conferencia que algunos llamarían magistral, pero que fue una lección elemental de estrategia frente al crimen (no que su instrumentación lo sea), y el mismo día en que Mouriño recibió una tupida andanada de críticas por la desencaminada guerra contra el crimen, el secretario de gobierno defendió obcecadamente la intervención del ejército en esa guerra. La estrategia actual gubernamental continuará.
Perdón por fusilarme a Perogrullo, pero la solución de cualquier problema requiere, en primer lugar, plantearlo correctamente, analizarlo en sus componentes e interrelaciones, es decir, producir conocimiento específico y válido sobre el asunto, sin todo lo cual es imposible resolver el problema, y una intervención a la mexicana puede convertirlo en un embrollo escalofriante. Algo así ha ocurrido con la guerra contra el crimen.
Como hemos consignado en este espacio, mientras las aprehensiones, las incautaciones de armas y de cientos de millones van en aumento, la criminalidad crece a mayor velocidad. Algo está podrido en Dinamarca (Shakespeare dixit). La obcecación, por tanto, surge de que el gobierno tiene la lectura inversa: justo porque vamos avanzando sobre ellos (de alguna manera quiere decir, “vamos ganando”) es que la delincuencia organizada ha escalado los crímenes que comete. Es el peor de los mundos posibles.
La lucha contra un grupo terrorista, o contra un grupo de narcotraficantes, ha mostrado históricamente que, cuando se corta la cabeza de una organización, en el acto surge la cabeza suplente, en línea continua.
De Villepin fue didáctico ante sus anfitriones panistas: si un Estado antepone la militarización a la información de inteligencia en su combate al crimen organizado y el ataque a sus redes financieras –dijo eso sin nombrar al gobierno mexicano– está irremediablemente destinado al fracaso. “Se necesita también tener la legitimidad que da la lucha contra la injusticia, que da la lucha contra la pobreza, que da la convicción de que sí hay que tomar en cuenta a todo el mundo en una sociedad”, el soporte del pueblo, la capacidad de cada uno de entender lo que está en peligro.
¿Puede haber entendimiento de la sociedad frente a este puré de siglas ininteligibles para el hombre de a pie: AFI-SIEDO-PGR-CISEN-PFP-SSP? ¿Sabrá el ciudadano común cuáles son las funciones de cada institución representada por esas siglas de las que quizá no sepa ni su significado? Es altamente probable que ni los elementos en activo que están metidos en esa guerra lo sepan. ¿Estos elementos –así se les llama a los miembros de las corporaciones e instituciones mencionadas– seguramente ignoran el origen de los conflictos que entre las mismas hoy existen?
Si esto es así, el punto central “información de inteligencia” es hoy algo marginal; por lo menos es evidente que no está al frente de combate.
Dijo De Villepin: “Es muy importante conocer al enemigo y saber cuáles son los modos más eficaces para luchar contra este crimen organizado. Por eso me parece que es importante poner enfrente y adelante los elementos de inteligencia, los elementos financieros y económicos, y todo lo que es estrategia de seguridad y estrategia militar tienen que acompañar, pero no tienen que ser el elemento central”.
Es preciso conocer con precisión y dar seguimiento puntual a sus formas de comunicación interna, a sus redes financieras, a sus modus operandi, a sus conflictos internos, a sus pugnas con otras organizaciones criminales, a fin de desarticular cada grupo, uno por uno, a fin de que sea imposible el surgimiento de una nueva cabeza. Esto no impedirá el surgimiento de nuevos grupos criminales, pero abatirá la criminalidad en general.
Sol Arguedas, de El País, quien le hiciera una entrevista a De Villepin escribió ya hace algunos años: “A nosotros nos puede parecer un poco exótico este señor tan distinguido, que es de derechas, cultísimo, autor de dos libros de poemas y de una antología en la que analiza, repasa y explica su relación con la poesía a lo largo de su vida. También es autor de algunos libros sobre política, y aunque en Francia no resulte exótico, por ejemplo, que un intelectual sea también político y existan varios casos en el vecino país de esa naturaleza, el caso de De Villepin incluso sorprende a sus compatriotas, cuando, en estos tiempos, reivindica la labor del político, exige que los representantes del pueblo se comprometan con él, que el humanismo empape la labor de quienes dirigen los destinos de los pueblos”.
Todo parecería indicar que el puré de siglas referido tiene que ser revisado de la A a la Z; y que es preciso centrarse en crear un poderoso centro de inteligencia a la altura de cualquier otro del mundo (esta decisión está muy lejos sólo de duplicar el presupuesto del CISEN). La magnitud del crimen en México, las primeras señales de terrorismo y de amagos directos al Estado, exigen a gritos la conformación de ese centro de alto nivel.
A una pregunta de Arguedas, De Villepin respondió: “En política hay que nombrar las cosas: hay que nombrar los principios, las esperanzas y las actitudes. La vida política implica tanto un trabajo de esperanza como de exorcismo. La poesía palpita en lo más profundo de nuestro ser, precisamente para encontrar esas palabras que nos ayudarán a arrojar algo de luz en el camino, también cuando hacemos política”. Palabras que, quizá, provocarán risa a nuestros cultísimos políticos.
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