Prisionero de sus palabras
¡Que quede grabado!, porque ya tengo 86 años, primero, y he andado malo. Estuve cinco meses en recuperación, me repuse, medio me repuse, hasta ahora. Por eso te digo, apresúrate y yo me apresuro en contarte, así es la cosa. Tenemos que hacer eso."
Así contesta el expresidente Luis Echeverría a su joven entrevistador Rogelio Cárdenas Estandía, a quien le abrió las puertas de su residencia de Magnolia 131, en San Jerónimo Lídice, al sur de la Ciudad de México, para hablar largamente sobre aspectos personales y políticos de su vida.
"¿Cuál fue el logro de mi gobierno? Ninguno. Prenda la grabadora."
El exmandatario se explaya durante 14 encuentros realizados a lo largo de cinco meses. "Palabra a palabra, frase a frase me fue llevando a lo largo de los años y de los acontecimientos; desde su muy personal punto de vista me condujo a través de su realidad o me mostró la historia de México por medio de su vivencia", dice en el preámbulo el autor de Luis Echeverría: entre lo personal y lo político.
Este volumen de 207 páginas, que esta semana pondrá en circulación editorial Planeta, es quizá la última entrevista que concede el expresidente. Retirado de la política desde hace 32 años, como él sostiene, y cansado de guardar silencio, escogió a un bisoño reportero para desgranar los episodios que le tocó vivir cuando estaba en la cúspide de su carrera.
Siempre reacio a dialogar con la prensa -que durante años intentó entrevistarlo para conocer su punto de vista sobre los sucesos del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, y en especial acerca de su propia actuación en ellos-, ahora sorprende con esta serie de encuentros en los que se muestra memorioso de sus viejas glorias, su infancia, su trayectoria política, pero también omiso cuando su entrevistador le pregunta sobre los asuntos más candentes.
Inmerso en su soledad, el expresidente sobrelleva con apuros el arraigo domiciliario al que está sometido desde hace más de dos años, precisamente por su participación en aquellas fechas trágicas.
Recluido en las habitaciones de su residencia, observa el paso de los días, monocordes todos, acompañado de su asistente María, quien cotidianamente lee para él los periódicos. Ese es su único contacto con el mundo; ese rito cotidiano lo conecta con la política, le activa la memoria -selectiva- y le hace reelaborar aquella retórica que lo caracterizó en la década de los setenta, en sus tiempos de esplendor.
Echeverría aprobó las fechas, los temas y los tiempos de conversación para hablar libremente de sus pasiones, su familia, sus logros políticos y los desencuentros con la clase política y con el PRI, el partido al cual aún pertenece pero que él considera en decadencia.
Sin embargo, se irrita cuando el entrevistador toca temas como el de la matanza de Tlatelolco, el del Jueves de Corpus y su ruptura con José López Portillo.
Triste la respuesta de Echeverría cuando el reportero le pregunta sobre el porvenir.
"-¿Qué cree que le falta hacer en la vida, o ya ha hecho todo?
-Cumplir años el próximo año, llegar a los 87 años y ya.
-¿Ya no le gustaría hacer nada más?
-¿Para qué? Ya lo que pasó, pasó, desde muy joven. Pero a mi edad no queda más que ver árboles y leer un poco, iniciar unas cosas, con la experiencia, pero pienso que mi salud se está acabando y yo ya estoy muy debilitado, por la edad, como es natural."
Su discurso, avasallante cuando habla de sus triunfos, se quiebra cuando el entrevistador trata temas más personales:
"-¿Y hoy en día qué le hace feliz?
-Nada. La felicidad no existe, compañero.
-¿Por qué?
-¿La felicidad?, ¿conoces a alguien que sea feliz?, ¿que no tenga problemas? No, quizá no pertenezca a la raza humana.
Hay momentos felices, momentos dichosos, momentos agradables, pero lo que se dice felicidad, ¿existe?, ¿en dónde?, ¿cuándo?, ¿en qué época?"
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Rogelio Cárdenas Estandía nació en 1980, un año antes de que su padre, Rogelio Cárdenas Sarmiento, fundara El Financiero, un proyecto editorial que se mantuvo fuerte varios lustros pero que comenzó a decaer paulatinamente, sobre todo a partir de la muerte de su creador, el 18 de julio de 2003.
A partir de entonces la viuda de Cárdenas Sarmiento, María del Pilar Estandía, y su hijo Rogelio tomaron las riendas de esta empresa, que subsiste a pesar de las penurias económicas. Precisamente en ese diario Cárdenas Estandía comenzó su ejercicio periodístico entrevistando a políticos y empresarios.
El año pasado la editorial Océano publicó el primer libro de Cárdenas Estandía, Off the record. Conversaciones con los protagonistas de la actualidad mexicana, que reúne 17 entrevistas ampliadas. Las versiones originales aparecieron en las páginas del diario que él dirige.
Ese acontecimiento lo impulsó a entrevistar a Echeverría, como dice en su nuevo libro, para "conocer más a fondo al personaje del que tanto había escuchado hablar, al que tanto se ha estigmatizado desde hace casi cuatro décadas, más todavía a partir del proceso judicial en el que aún se encuentra envuelto".
Con ese propósito Cárdenas Estandía buscó a Juan Velásquez, abogado del exmandatario, y le pidió que le hiciera llegar una solicitud de entrevista y un cuestionario. Una semana después tuvo la respuesta: Echeverría quería conocerlo y lo invitó a desayunar, junto con Velásquez. Fue en esa ocasión, dice, cuando el anfitrión sugirió que fueran varios los encuentros y sólo puso como condición que los precediera un almuerzo o una comida.
Así se iniciaron las sesiones en aquella vieja casona de Magnolia 131, que "huele a humedad, a encerrado". La "habitación de madera oscura" donde duerme el entrevistado cada noche "se convirtió en un campo de esgrima verbal donde había que intercalar las preguntas de semblanza con interrogantes que podían resultar (y lo fueron) incómodas para este zoon politikon".
El libro abre con el apartado "El gran solitario de San Jerónimo", en el cual Cárdenas Estandía relata sus peripecias para conseguir la entrevista y resume cómo fueron "los días con Echeverría",
El volumen se complementa con 19 apartados que van desde la infancia del entrevistado hasta su aserto de que él no tiene que pedir perdón a nadie por sus acciones, y seis apéndices con los siguientes temas: el proceso que se le sigue al expresidente, si éste buscó alguna vez a Carlos Salinas, si Julio Scherer fue vigilado cuando era director de Excélsior, las dudas de Jorge de la Vega Domínguez durante el movimiento de 1968, el testimonio de Heberto Castillo en torno a la participación de Alfonso Martínez Domínguez en los sucesos del 10 de junio de 1971 y el malestar de Echeverría con López Portillo.
Cárdenas Estandía inicia los apartados con un resumen y reproduce posteriormente los diálogos. En esta "esgrima verbal" él no opina, deja fluir el torrente de palabras de su interlocutor y cuando lo juzga pertinente vuelve a interrogarlo; y las respuestas del interpelado son las que lo retratan.
Algunas lo hacen caer en contradicciones; otras reflejan cómo ese ejercicio de memoria del que hace gala es selectivo.
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Ambientado ya, luego de ganarse la confianza de Echeverría, a quien regaló discos compactos de música new age y videos de series televisivas, Cárdenas Estandía va soltando las preguntas. Los primeros encuentros transcurren sin contratiempos, pero todo cambia al abordar los temas sociales y políticos, como el movimiento del 68 y la participación que tuvo el entrevistado como secretario de Gobernación.
Echeverría insiste en que toda la responsabilidad fue del presidente Díaz Ordaz.
"-Pero usted era el secretario de Gobernación.
-Sí pero las grandes determinaciones, que fueron muy graves, nunca eran cosa del subsecretario, ni del secretario, eran del presidente. Entonces y ahora las grandes determinaciones al Ejército vienen del presidente, que es el comandante general del Ejército.
-¿A usted, como secretario de Gobernación, exactamente en qué le tocó participar?
-Bueno, muy poco, en hacer llamados a la concordia, sin valorar; eso fue después, que eran movimientos políticos que estaban ocurriendo porque hubo influencias internacionales. Había movimientos juveniles en muchas partes del mundo, y eso influyó en la ambición política de la juventud de acceder al poder, había cambios en varios países; pensaban que tener acceso al poder significaba un progreso.
-¿Tenía comunicación con el secretario de la Defensa?
-No, no como secretario de Gobernación; él trataba directamente con el presidente. Además, el secretario de Defensa (Marcelino García Barragán) tenía sus simpatías para la Presidencia siguiente...
-Pero en aras de la precisión, ¿cuál fue el papel del secretario de Gobernación en todo este asunto?
-La observación y evitar las pugnas políticas de todo género, el contacto directo para algunas cosas tan delicadas que dependían directamente del presidente."
Esa es la verdad de Echeverría. Ninguna autocrítica, puro discurso con el que pretende mostrarse impoluto. La misma cara presenta cuando se le pregunta acerca de la agresión a los estudiantes en San Cosme, aquel 10 de junio de 1971. En ese tiempo él ya era presidente. Aun así le atribuye las responsabilidades al entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez:
"-¿Qué acciones estaba autorizado para tomar?
-El responsable era el regente del Distrito Federal, que había llamado a las policías. Por eso le pedí la renuncia.
-Cuando usted habla del 68 menciona que la orden para que interviniera el Ejército provino del presidente, sin embargo, asegura que en el 71, como presidente, usted ni era responsable ni ordenó nada.
-No, fue el jefe del Departamento del Distrito. Yo como presidente le pedí la renuncia por la falta de habilidad para controlar el movimiento, y salió; era muy amigo mío..."
Echeverría esgrime también el viejo argumento de que tanto en el 68 como en el 71 vivíamos en plena Guerra Fría, por lo que detrás de cada acto estaban la KGB y la CIA. Explica que durante su mandato fue presionado por Estados Unidos, por ejemplo, para que votara contra el ingreso de China al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Finalmente el país asiático se integró a ese órgano sin problemas.
Enunciado tras enunciado, elude sus responsabilidades: sobre el espionaje a Julio Scherer, director de Excélsior: "realmente nunca lo investigaron porque el señor así estaba visible"; "la cooperativa (de Excélsior) lo botó y se salió".
Y acerca de la ruptura con su sucesor, José López Portillo, quien lo acusó de querer conservar el poder presidencial e incluso lo escribió en sus Memorias: "¡No es cierto!... los que están enterados saben que yo me fui a China, y luego me quedé un año en París, y luego estuve un año en Australia, y fui embajador simultáneamente en Australia, en Nueva Zelanda, y quise ir a las islas Fidji..."
Quisiera mostrarse siempre impoluto, pero resulta omiso, como cuando se le pregunta por los logros de su gobierno: "Nada. Que se grabe: ¡nada! ¿Cuáles logros?, ni yo, ni los pasados (gobiernos) ni los que siguieron; para mí, nada, Que se grabe..."
Postergado ya, deslucido su discurso, en las últimas sesiones comienza a evadir los temas o a darles un tono ficticio o falso.
"-¿Qué disfruta hacer en su tiempo libre, además de leer?
-Hablar con la gente, escuchar acerca de la situación de México y del mundo; ver lo que hacen mis hijos, tengo siete hijos, 19 nietos y cinco bisnietos, hablo con ellos para recomendarles que se porten bien, con responsabilidad, ya cada quien hace lo que quiere."
Cárdenas revela en la introducción que "las preguntas que hice sobre el 68 o el Jueves de Corpus no alteraron tanto a don Luis como la ocasión en que hablamos sobre sus diferencias con don José. Fue entonces cuando le pegó con más ímpetu a la mesita".
Pronto vino la ruptura: Echeverría "comenzó a regañarme como lo hace un padre a su hijo; me pidió que me fuera a mi casa, que reflexionara sobre la conducta que había tenido en las últimas sesiones y que le hablara por teléfono cuando hubiese terminado mi examen de conciencia"...
Cárdenas no lo hizo. Esperó a que pasara el "berrinche" del expresidente, pero no fue sólo eso. El telón había caído. "Pasó el tiempo. La puerta de Magnolia 131 ya no se abrió para mí". l
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